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Izquierda y derecha

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En una región que se había acostumbrado a hablar de populismos de izquierda, el triunfo y la inminente investidura de Donald Trump obligaron a hablar de un populismo de derecha.

En una región que se había acostumbrado a hablar de populismos de izquierda, el triunfo y la inminente investidura de Donald Trump obligaron a hablar de un populismo de derecha.

Y la liviandad con la que se adaptó el vocabulario dejó en segundo plano muchas preguntas. ¿Efectivamente existe un populismo de derecha? Si es así, ¿en qué se diferencia y qué sigue teniendo en común con el de izquierda? ¿Un populismo de derecha se parece más a un populismo de izquierda que a otros gobiernos de derecha, o la verdad es lo contrario?
No bien consideramos estos interrogantes, nos vemos enfrentados a numerosas perplejidades. Tantas, que en el mundo académico se ha difundido una idea: la categoría “populismo”, al igual que la categoría “totalitarismo”, simplemente están mal formuladas. Son palabras con gran poder evocativo pero conceptualmente confusas. La prueba es que no se puede mostrar un solo caso de populismo puro o de totalitarismo puro en toda la historia.

Este argumento parece funcionar. Es verdad que no se puede mostrar un solo caso histórico que se ajuste con exactitud a esos términos. Pero el punto es que tampoco podemos mostrar casos puros de democracia, de socialismo ni de economía de mercado. Esto solo muestra que estamos trabajado con lo que Max Weber llamaba “tipos ideales”: cuando decimos que un régimen es democrático, decimos que se acerca lo suficiente a ese tipo ideal (por lo pronto, mucho más que a cualquier otro) como para que podamos considerarlo una aproximación razonable al concepto. Las ideas son claras, pero la experiencia histórica siempre es turbia.

El rechazo de ciertos académicos a palabras como “populismo” o “totalitarismo” no se debe a que esos conceptos sean especialmente imperfectos, sino a la incomodidad que les genera su propio coqueteo con experiencias históricas que se acercaron mucho a esos modelos. En realidad, se trata de conceptos útiles y aplicables. Y las dificultades que existen no se deben tanto a lo impreciso de nuestras definiciones como a nuestro empeño en seguir reduciendo toda la riqueza y variedad de la vida política a una única metáfora espacial, unidimensional y dicotómica, que nos obliga a colocar todo lo que existe en dos y solamente dos cajones: el de la derecha y el de la izquierda.

La distinción entre izquierda y derecha apareció a fines del siglo XVIII (o sea: es bastante nueva) y funcionó sin grandes dificultades durante todo el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. Pero luego empezó a crujir, hasta hacer crisis tras la caída del socialismo real. Hoy se revela notoriamente inadecuada para describir fenómenos de enorme vigencia como el populismo, el nacionalismo o el estatismo autoritario a la Putin. El resultado es que nuestro vocabulario tradicional pierde consistencia. ¿Por qué mucha gente tiende a colocar al régimen de Irán como “de izquierda”, cuando se trata de una teocracia conservadora, machista y homófoba? La razón apenas examinada es que Irán es un enemigo de Estados Unidos. Pero, si ese es el criterio, entonces deberíamos decir que Hitler fue de izquierda.

Lo raro no es que la distinción “izquierda-derecha” se vuelva crecientemente inaplicable. Esa es la historia normal de muchas distinciones políticas. Lo raro es que haya tanta gente que siga abrazándose a esa metáfora simplificadora, como si de ello dependiera su propia identidad.

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Pablo Da Silveira

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