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Comunismo pitufo

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El episodio del “comunismo pitufo” es un reflejo extremo de nuestra lamentable realidad educativa. Pero toda su grosería no debe ocultar el hecho de que la autora está recurriendo a una maniobra usual, que otros practican con más sutileza.

El episodio del “comunismo pitufo” es un reflejo extremo de nuestra lamentable realidad educativa. Pero toda su grosería no debe ocultar el hecho de que la autora está recurriendo a una maniobra usual, que otros practican con más sutileza.

El texto que compara al comunismo con el pueblo de los pitufos empieza diciendo: “La idea del comunismo…”. O sea: no se está hablando de ninguna experiencia histórica real sino de la utopía. Se le podría reprochar a la autora que ese texto está acompañado de dos retratos de Lenin. No Marx, el ideólogo, sino Lenin, el que gobernó. Así que el comunismo ideal aparece mezclado con el real. También se le podría decir que, dado que los resultados del comunismo histórico fueron siempre los mismos (aniquilación de libertades, hambre, represión sangrienta), su comunismo pitufo no refiere tanto a una utopía nunca alcanzada como a una retórica inventada para justificar salvajadas.

Pero hay un punto más interesante. Cuando esta autora habla del comunismo, habla de un comunismo ideal y utópico, libre de todo defecto. En cambio, cuando en sus libros habla del capitalismo, se refiere siempre a un capitalismo histórico cargado de defectos y aparentemente sin beneficios, como corresponde a su intención adoctrinadora. La comparación no es entre el comunismo ideal y el capitalismo ideal (ambos pueden ofrecer utopías atractivas, según el gusto de cada quien), ni entre el comunismo real y el capitalismo real (ambos tienen defectos, aunque son mucho peores los del comunismo). Lo que hace es comparar una utopía inmaculada con una realidad pintada con los peores colores.

Esta maniobra aparece con frecuencia en nuestro debate. Los defensores de las empresas públicas nunca comparan el funcionamiento real de esas empresas con el funcionamiento real de las empresas privadas (digamos, la producción de cemento portland en manos de Ancap con la producción de ese mismo cemento en manos de sus competidores, que ganan dinero allí donde Ancap pierde). Lo que comparan es la idea de lo que deberían ser las empresas del Estado con los peores defectos del mercado. Los enemigos de la enseñanza privada comparan su funcionamiento real, siempre imperfecto, con una visión idealizada de lo que debería ser la educación pública. Los enemigos de los partidos fundacionales no comparan las gestiones reales de esos partidos con la gestión real del Frente Amplio, sino las gestiones reales de los partidos fundacionales (debidamente caricaturizadas) con lo que dice el programa del Frente Amplio o con lo que “queda por hacer”.

Actuar de este modo es hacer trampa. Las utopías deben compararse con otras utopías y las realidades con otras realidades. El problema es que, cuando se actúa así, pueden aparecer sorpresas. Por ejemplo, puede descubrirse que los logros reales del Frente Amplio en materia de reducción de la pobreza son poco impresionantes en comparación con lo que hizo el gobierno “neoliberal” de Lacalle en menos tiempo y con menos dinero. Entonces se opta por comparar las mejoras que lograron los gobiernos frentistas con una descripción demonizada del “programa neoliberal”.

El horrible libro de la señora Pera tiene la virtud de mostrarnos esta maniobra en una versión extrema y caricaturesca. Eso ayuda a entender cómo funciona. Pero lo interesante es detectar la misma maniobra en sus versiones menos ridículas.

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Pablo Da Silveira

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