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Coalición para el cambio

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En el correr de los últimos días se ha producido una situación extraña: si uno repasa los espacios en la prensa y la distribución del tiempo en radio y TV, resulta claro que se ha dedicado más atención a una organización privada y sin ninguna capacidad de imponer decisiones (la iniciativa Eduy21) que a las propias autoridades de la enseñanza.

En el correr de los últimos días se ha producido una situación extraña: si uno repasa los espacios en la prensa y la distribución del tiempo en radio y TV, resulta claro que se ha dedicado más atención a una organización privada y sin ninguna capacidad de imponer decisiones (la iniciativa Eduy21) que a las propias autoridades de la enseñanza.

Eso pese a que las autoridades manejan enormes cantidades de dinero y son las únicas que tienen la potestad de adoptar decisiones vinculantes.

Puede argumentarse que se trata de una situación coyuntural, muy influida por el lanzamiento de un plan de actividades del que se espera surja una hoja de ruta para el cambio educativo. Y nadie razonable puede negarlo. Pero lo curioso es que ese nivel de atención no se logró a fin de año, cuando el MEC puso en marcha la organización de un nuevo congreso educativo, ni en el pasado mes de febrero, cuando ANEP lanzó una consulta popular sobre un Marco Curricular de Referencia, ni en ocasión de ninguna iniciativa lanzada recientemente por los consejos desconcentrados.

Eduy21 genera expectativas, mientras que las autoridades educativas no las generan. Y la explicación reside en un extendido escepticismo respecto de lo que vayan a hacer los responsables de la enseñanza en lo que resta de este período de gobierno.

Este escepticismo ha sido alimentado durante más de una década por el oficialismo. A lo largo de ese período hubo demasiadas declaraciones rimbombantes (“educación, educación, educación”) que no condujeron a nada. Hubo demasiado dinero gastado sin resultados que guarden una mínima relación con el esfuerzo realizado. Hubo dos grandes acuerdos educativos multipartidarios que no se cumplieron. Hubo anuncios mentirosos, como el que dio la directora de Secundaria cuando dijo que los docentes ya estaban eligiendo horas por dos años. Hubo ocultamiento de información, que solo fue superado cuando medios de prensa acudieron a la justicia. Hubo varias ediciones de las pruebas Pisa que nos quisieron presentar como exitosas cuando claramente no lo eran. Y hubo errores de conducción garrafales, como la doble metida de pata de declarar la esencialidad y luego no aplicarla.

Pero, sobre todo, hubo un proceso de profundo descrédito de las autoridades educativas, que en todo este tiempo han demostrado carecer de estrategia y no han exhibido la menor disposición a hacerse cargo de nada. Los uruguayos nos hemos aburrido de verlos actuar como una banda de pícaros que se dedican a cultivar la vaguedad y el aburrimiento para no contestar preguntas ni comprometerse a nada medianamente concreto.

El interés generado por las actividades recientes de Eduy21, en claro contraste con la indiferencia que generan las autoridades, es un mensaje que la sociedad uruguaya se está dando a sí misma. Y ese mensaje dice que la cosa no da para más. Al oficialismo se le han dado todos los medios y se lo ha esperado durante demasiados años. Ya no hay excusas que puedan explicar su parálisis. Simplemente está claro que no serán ellos quienes vayan a generar los cambios que el país está necesitando. Hay que buscar en otros espacios y seguir otros caminos.

Desde luego, lo que ha pasado hasta ahora es apenas un comienzo. Lo que viene es la larga pulseada entre la gran coalición que está a favor del cambio educativo y los defensores del inmovilismo.

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Pablo Da Silveira

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