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Nos humilla Shanghai

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Con toda razón, Gerardo Sotelo habló ayer de “Fin de la ética”, al glosar la liviandad de Mujica sobre Sendic. “¿Qué hago? ¿Lo mato al tipo porque compró un short a una visita extranjera?”.

Con toda razón, Gerardo Sotelo habló ayer de “Fin de la ética”, al glosar la liviandad de Mujica sobre Sendic. “¿Qué hago? ¿Lo mato al tipo porque compró un short a una visita extranjera?”.

Bajo el mismo título pudieron caber otros bochornos nacionales.

Por ejemplo: guardar en caja fuerte el informe de la Comisión de Ética del partido de gobierno, con olvido -¿culposo?, ¿doloso?- de que todo sistema republicano, lo que tiene de cosa pública es precisamente la publicidad. Sobre todo en los valores esenciales y tan luego en lo que respecta al contralor de los gobernantes.

Por ejemplo: votar, en una Rendición de Cuentas mocha, un artículo 15 abiertamente inconstitucional, merced al voto disciplinado del oficialismo y de un diputado comedidamente tránsfuga.

Por ejemplo… ¿A qué seguir, si no es cosa de seguir inventariando disparates sino de enterarnos de las razones por las cuales acumulamos desgracias que nos llaman a un Risorgimento? ¡No lo haremos repasando bochornos ni recocinándonos en salsas que nos entumecen sino identificando los errores de base que nos humillan frente a nuestra historia! Buscando, sí, adentro, en vez de señalar con el dedo a los enemigos de afuera y, de paso, admirar dictadores que adquieren fama por su permanencia y sus brutalidades.

La República ha dejado de cultivar su principio rector, que es la virtud ciudadana, como enseñaron los universales Aristóteles y Montesquieu y nuestros lugareños tanto ilustres -Aréchaga, Barbagelata- como anónimos batalladores del civismo. Y tendremos que enterarnos de que si cayó la virtud ciudadana no fue por efecto mecánico de los procesos socioeconómicos sino porque se puso de moda priorizar la lucha por el poder y el marketing político por encima de las convicciones y la entrega a la lucha.

Más aún: se ha acostumbrado al ciudadano, a entretenerse con las cifras de encuestas sobre lo que opinan los otros en vez de despepitarse por forjar ideas propias con las cuales salir del marasmo.

También deberemos reconocer que a ningún gobierno -ni pro capitalista ni pro socialista- le resulta conducente manejar un pueblo descreído de ideales y distraído frente a las insuficiencias de su progresiva ineducación.

En esa confesión, a la que nadie debería ser ajeno, no puede pasar inadvertido que, mientras acá hay quienes se llenan la boca reclamando o prometiendo el 6% del presupuesto para la educación, acaba de publicarse el ranking de Shanghai para el presente 2017. Clasifica las Universidades del mundo. Entre las primeras 500, figuran media docena del Mercosur. Ninguna es uruguaya.

La noticia ha tenido mucho menos repercusión que la lesión de Luis Suárez en la rodilla a que tantas alegrías debemos. Pero alguien tendrá que decir a voz en cuello que si acumulamos retrocesos republicanos y no avanzamos en la calidad de la formación que impartimos es porque hemos dejado que la cultura sea reemplazada por la industria del entertainment y, a fuerza de dar explicaciones instintivistas y deterministas, hemos arrinconado el espíritu.

Que con ese nombre universal o con su sobrenombre criollo de garra charrúa, supo hacernos ejemplares y tendrá que rescatarnos como país para el destino de grandeza sin el cual se nos desfleca nuestra identidad.

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Leonardo Guzmán

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