Publicidad

Un país adolescente

Compartir esta noticia

Ni las inundaciones, ni el conflicto de Ancap, ni el nuevo aumento de impuestos. Ni siquiera el asesinato de tres jóvenes de 20 años en un ritual mafioso sangriento. La noticia más leída en el portal web de El País durante toda la semana fue el incidente protagonizado por un grupo de ciclistas y un conductor que, en un ataque de impaciencia, lanzó su vehículo contra los paseantes.

Ni las inundaciones, ni el conflicto de Ancap, ni el nuevo aumento de impuestos. Ni siquiera el asesinato de tres jóvenes de 20 años en un ritual mafioso sangriento. La noticia más leída en el portal web de El País durante toda la semana fue el incidente protagonizado por un grupo de ciclistas y un conductor que, en un ataque de impaciencia, lanzó su vehículo contra los paseantes.

El tema no solo generó lectoría en el diario. También motivó una polémica en la que intervinieron políticos, periodistas y figuras públicas, cada uno alineándose o con los activistas del pedal o con el conductor atropellante.

¿Por qué un incidente si se quiere menor (sobre todo comparado a la magnitud de los otros hechos) concitó tanta atención?

Una respuesta definitiva es difícil. Pero el autor tiene una teoría: todo el problema resulta una parábola casi perfecta de la sociedad uruguaya actual, y la severa crisis de convivencia que la atraviesa.

Si usted no vio el video del incidente, se observa allí a un grupo de ciclistas, parte de una organización llamada “masa crítica” que sale en tandas de hasta cientos de personas a pedalear por la ciudad, que va ocupando todos los carriles de la rambla. Luego aparece un coche que manifiesta su interés en adelantar al grupo por el carril de velocidad. La respuesta de los ciclistas es un tanto impertinente, con gestos y señales imperativas al conductor de que aminore la marcha, y nula empatía por su ansia de velocidad.

Ahí se produce lo impensado. El chofer acelera y golpea la rueda posterior del último ciclista, ante lo cual se genera un borbollón, varias personas que se lanzan contra el coche a agredirlo, y éste que acelera a fondo y escapa por una calle lateral. Ahora el caso está en manos de la Justicia.

Por algún lado se ha leído que la forma de convivencia en el tránsito es el mejor reflejo del clima de convivencia en una sociedad. Y este caso mostró perfectamente lo desastroso de este clima en el Uruguay de hoy.

Para empezar, nadie duda del derecho de los ciclistas a salir a recorrer la ciudad, a promover un estilo de transporte saludable. Ahora bien, ¿es necesario ocupar toda la calle? ¿Es necesario obstaculizar al que tiene otra velocidad de movimiento? Por otro lado, es claro que el conductor estaba frustrado por no poder adelantar. Tal vez iba a algún lugar apurado con razón. Pero, ¿tirarle el auto encima a un ciclista? ¿Y si llega a lesionar o a matar a alguien?

Lo primero que revela esta situación es la intolerancia que existe en la sociedad uruguaya, donde todo el mundo se cree no solo dueño de la verdad, sino con derecho a un enojo crónico, siempre listo a explotar a la primera chispa. Esto se puede ver en un episodio banal como el de la otra noche, pero también en cosas más serias, como cuando un sindicato como el de Ancap o el de la IMM, por un reclamo puntual, se sienten con derecho a dejar al país sin combustible o nadando en la basura. El bien general siempre aparece en segundo plano, detrás de los intereses de los “colectivos” y los caprichos sectoriales.

Lo segundo es la falta de respeto por las normas básicas de convivencia. Ese extendido sentimiento de que las reglas deben ser flexibles, sobre todo cuando se trata de regular mi propia conducta, no así la de los demás. Lo vemos en el tránsito, en los taxistas y choferes de bus que siempre actúan como que para ellos hay leyes distintas. Pero también en la política, donde quienes ocupan cargos públicos parecen estar convencidos que las normas éticas y morales que regulan a la sociedad en general, no deberían afectar su proceder. Hablamos de las tarjetas corporativas, pero también de la hipocresía de prometer que no se van a aumentar impuestos, y hacerlo tres veces en dos años de gobierno. Y encima con gestualidad de prócer.

Por último, el episodio deja en claro la absoluta ausencia del Estado a la hora de prevenir estos conflictos. ¿Cuánto hace que la gente de “masa crítica” sale a circular de esta forma? ¿Cuánto hace que en las noches la rambla es una pista de carreras de autos? Y sin embargo, las autoridades que ahora reconocen eran conscientes del problema, no hicieron nada hasta que explotó de la peor manera posible. Esto pasa en casi todas las áreas de la vida del país.

¿Cuánto hace que se sabe que Ancap, así como está organizada, es más una carga que un apoyo para la producción uruguaya? ¿Cuántos años hace que hay evacuados en las mismas zonas del país cada otoño? ¿Cuánto hace que se sabe que hay mafias vinculadas a la droga creciendo en poder y violencia? ¿Qué se hizo para evitar llegar a esto?

Uruguay es el segundo país más envejecido del continente. Sin embargo, cuando se trata de la convivencia, su sociedad muestra signos de un egoísmo, una falta de autocrítica y tolerancia a la frustración propios de un adolescente. Si salgo en mi bici, no me molestes. Y si no me dejás pasar, te paso por arriba.

Así parece difícil progresar.

SEGUIR
Martín Aguirre

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad