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Errores viejos y nuevos

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Hay quien ha comparado a Donald Trump con José Mujica. No por afinidades políticas, sino por la manera en que llegó al poder rompiendo paradigmas, con un discurso llano, pragmático, sin pretensiones de intelectualidad, o más bien en contra de toda pretensión de intelectualidad. Y, sobre todo, por cómo supo aprovechar la avidez de los medios actuales por mensajes exóticos, para ganar gratis una exposición que, de pagarse, sería millonaria.

Hay quien ha comparado a Donald Trump con José Mujica. No por afinidades políticas, sino por la manera en que llegó al poder rompiendo paradigmas, con un discurso llano, pragmático, sin pretensiones de intelectualidad, o más bien en contra de toda pretensión de intelectualidad. Y, sobre todo, por cómo supo aprovechar la avidez de los medios actuales por mensajes exóticos, para ganar gratis una exposición que, de pagarse, sería millonaria.

Si bien hay verdad en esta lectura, hay diferencias tan grandes entre ambos, que la tesis es descartable. Mencionemos una: mientras Trump es realmente un “outsider” de la política, Mujica vivió toda su vida dentro de esta actividad y maneja los códigos de esta profesión, tal vez mejor que nadie.

Sin embargo hay otra semejanza más de fondo. Al escuchar el discurso del nuevo presidente de los EE.UU., era difícil no sentir que buena parte de esos mensajes de haber sido emitidos un 1° de Mayo, hubieran competido en los aplausos con Marcelo Abdala, Fernando Pereira u Óscar Andrade.

El combate a la apertura comercial, la defensa del trabajo industrial local, el resentimiento contra las elites políticas globales, contra los medios de comunicación. Y ese maniqueísmo que implica que hay unos buenos que quieren a su país y a los trabajadores, y otros que actúan por intereses mezquinos de los cuales no se puede sacar nada positivo. Ese ellos contra nosotros simplón y sin medias tintas.

En una entrevista para el ciclo Encuentros en El País, el autor pudo consultar a Fernando Pereira sobre el tema, pero con oficio el líder sindical afirmó que él tenía ojos como mucha gente, pero que eso no lo hacía pensar igual. Y luego arrancó con una serie de trillados conceptos sobre el imperialismo y el empresariado explotador.

Las posturas de Trump, entendibles ante el panorama de destrucción de todo un entramado industrial que se ha mudado a China o a México por razones de costos, tienen una contestación impla- cable. Basta mirar a Europa. Esa Europa rechazada por Trump y sus seguidores, vista como el paraíso de una socialdemocracia envejecida, intelectualoide y decadente. Tan rechazada que las primeras medidas de política exterior de Trump han sido festejar el Brexit y amigarse con Rusia.

Pues bien, esa Europa ha sido una fortaleza proteccionista implacable, como bien saben los exportadores uruguayos. Y pese a ese esquema cerrado, no ha logrado salvar su industria de la competencia de los países con mano de obra barata. ¿Por qué a EE.UU. le iría mejor con la misma receta?

Pero bajemos un poco de las nubes y volvamos a Uruguay. Porque más allá de la cúpula del Pit-Cnt, esa visión moderada, y que busca adaptarse a los desafíos sociales con pragmatismo y recetas a veces un poco más liberales y pro empresa, a veces más redistributiva y socialista, también está bajo ataque. Vale decir que esa visión en Uruguay es la que ha marcado, con matices, a los gobiernos del Frente Amplio, pero también a los colorados y blancos a lo largo de la historia.

Y el ataque no viene de un outsider o de una figura populista y demagoga como Trump. Ni siquiera las posturas de Edgardo Novick, a quien se ha querido pintar con esos colores, señalan un apartamiento radical de esa visión media y moderada que ha marcado a la política uruguaya.

Pero existe dentro del Frente Amplio un creciente coro de voces que demandan dejarse de medias tintas, y arrancar con un programa duro de redistribución, de control central de la economía y la política, al mejor estilo de los socialismos históricos.

Esta es la visión, de manera sorprendente, impulsada por la “nueva guardia” del MPP, y por sectores jóvenes del oficialismo. Una visión que la senadora Constanza Moreira dejaba en claro este viernes en una entrevista con Brecha, diciendo que “La idea del FA como socio de la partidocracia, pero más digno, moderno y progre, es una pésima idea. Así terminó el PSOE”.

Hay algo de razón en el diagnóstico de Moreira, aunque se le podría decir que el kirchnerismo aplicando una receta más afín a la suya no terminó mucho mejor que el socialismo español. Pero hay un análisis más interesante.

Hace unos años hubo un foro en el edificio Mercosur sobre la política de Brasil, en momentos todavía de esplendor del PT. Allí Moreira expuso como “brasileróloga” experta, y dio una visión bastante dura sobre lo horrible de las políticas previas a Lula, y esbozó su receta neosocialista. La respuesta vino de parte de un politólogo de la fundación Fernando Henrique Cardoso que terminó con una frase lapidaria: “esa receta de estatización, de choque social, de proteccionismo, redistribución y panificación central se ha intentado en Brasil decenas de veces. Y siempre terminó mal. Si vamos a cometer errores, lo menos que nos debemos exigir a nosotros mismos es que sean errores nuevos”. Algo que se podría decir a Moreira y al Pit-Cnt, pero también al nuevo presidente Trump.

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Martín Aguirre

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