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¡Basta de Caribe!

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Respire tranquilo, amigo lector; no será esta otra columna sobre Fidel Castro. Primero, porque el punto de vista de quienes tenemos una visión crítica del finado dictador caribeño, ya ha tenido suficiente espacio. Y después de la comparación de Desbocatti entre Fidel y Magurno, todo lo que siga tendrá gusto a poco.

Respire tranquilo, amigo lector; no será esta otra columna sobre Fidel Castro. Primero, porque el punto de vista de quienes tenemos una visión crítica del finado dictador caribeño, ya ha tenido suficiente espacio. Y después de la comparación de Desbocatti entre Fidel y Magurno, todo lo que siga tendrá gusto a poco.

Segundo, porque lo que sería más jugoso escuchar, los “expertos ecuánimes”, han padecido un ataque de timidez, como comprobamos en la cobertura especial del diario la semana pasada. De 12 historiadores y politólogos consultados, 3 o 4 aceptaron opinar. Vaya uno a saber por qué.

Último, porque los fanáticos de la revolución cubana, bueno, son fanáticos. Y los fanáticos no suelen aportar mucho a un análisis de nada. Una sola pregunta alcanzaría para hacer temblar su construcción mitológica; si el sistema educativo cubano es tan genial, cómo en 60 años no lograron formar UN dirigente capaz de sacar el país de la miseria, al punto que a la salida de su caudillo, deben apelar al hermano menor... ¡de 85 años!

Por eso, volvamos a Uruguay. Y en Uruguay esta semana solo importó la violencia en el fútbol. Algo comprensible cuando un partido de cuyo riesgo se habló hasta agotar saliva, termina en un escándalo marcado por la imagen de un señor tirando una garrafa contra unos policías. Y un perro, a no olvidarse. Por estas fechas se puede aplastar el cráneo de un policía sin mayor lío, pero si se afecta a un animalito... Por suerte, el ministerio se encargó de informar que “Duque” no sufrió daños graves por la furia del “garrafero”.

Pero todo este escándalo expresa de manera tan perfecta como chocante una de las grandes obsesiones del autor: el talenteo y la total falta de evaluación de las políticas públicas en Uruguay.

En lo que tiene que ver con la gestión del ministerio del Interior, este tema ya ha sido tratado en este espacio. Resulta asombroso que llevemos seis años de gestión de un ministro (y no olvidemos a su subsecretario, el Gran Hermano), período en el que se ha volcado un presupuesto récord a esa cartera, en el que se ha reorganizado de arriba a abajo a la Policía, y sigamos con resultados malos, sin que se haya hecho una evaluación externa, y seria de lo actuado.

¿Será que la reorganización de las comisarías funcionó? ¿Será que los aumentos de sueldo a los policías han dado resultado? ¿Será que convertir a la Republicana en un ente paramilitar fue buena idea? ¿Será que la política de enfrentamiento con los medios que se niegan a decir que Bonomi es el mejor ministro de la historia ha servido para algo?

La única opción que le queda al ciudadano de a pie es o creer a Bonomi y su aparato mediático cuando dicen que son lo mejor que le pudo pasar al país, o a la oposición que lo compara con las siete plagas. Pero hacer un balance frío y realista de lo hecho en 6 años con la plata de la gente, parece tarea demasiado primermundista para nuestro país.

Con la violencia en el fútbol, tenemos un panorama muy parecido. Para quien no está metido en el asunto, la sensación es que las autoridades han venido protagonizando un zig zag balbuceante de consecuencias funestas.

Que había que contratar a los mafiosos más malos de cada barra, apodados generosamente como “referentes”, para que controlaran la cosa, luego que había que echarlos y meterlos presos. Que había que dar entradas a los barras, luego que eso era un crimen. Que había que tener policías en los estadios, que no había que tener policías en los estadios, y ahora volvimos a que sí. Que si público visitante, que si “pulmones”... en fin. Pero lo más indignante es que este desvarío tiene como contraste el hecho de que Uruguay no es una isla. Que este problema lo han padecido otros países, y de una u otra manera lo han encarado. ¿Alguien tiene la impresión de que esas experiencias son estudiadas y ensayadas de alguna forma en nuestro país? ¿O que la cosa se maneja al “tun-tun” de acuerdo al humor del jerarca de turno?

Si hacía falta algo para confirmar este temor, ha sido el lineazo bajado por el presidente Vázquez desde España, entre bocados de jamón serrano y queso manchego. Bastó el enojo presidencial para que de golpe la Justicia sacara a luz una mega investigación que al parecer llevaba meses y que el ministerio cambiara 180 grados sus posturas.

Hay un par de cosas que separan a un país serio de un régimen bananero. Un sistema de balances políticos, una institucionalidad fuerte, un esquema que va más allá de los mortales a cargo, y un planteo que permita evaluar lo que se hace, dejando de lado lo más posible las pasiones irracionales. Viendo lo que hemos visto esta semana en Uruguay, queda claro por qué algunos de nuestros gobernantes tienen debilidad por los ensayos fallidos caribeños.

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Martín Aguirre

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