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¿Nuestro espejo?

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Todos nosotros hemos cantado “Uruguayos campeones”, entonado “Vayan pelando las chauchas” o coreado “Fuerza la Celeste”. A veces pensando que es de los pocos comunes denominadores sociales que subsisten en nuestro medio, tan fracturado y crispado. Pero en esta oportunidad pretendemos valernos del fútbol, del espectáculo futbolístico como una suerte de espejo colectivo que, al mirarlo, nos devuelva la fiel imagen de cómo somos en este momento tan particular de nuestra historia. El espejo es cruel, la realidad cuando se la mira con franqueza, también...

Todos nosotros hemos cantado “Uruguayos campeones”, entonado “Vayan pelando las chauchas” o coreado “Fuerza la Celeste”. A veces pensando que es de los pocos comunes denominadores sociales que subsisten en nuestro medio, tan fracturado y crispado. Pero en esta oportunidad pretendemos valernos del fútbol, del espectáculo futbolístico como una suerte de espejo colectivo que, al mirarlo, nos devuelva la fiel imagen de cómo somos en este momento tan particular de nuestra historia. El espejo es cruel, la realidad cuando se la mira con franqueza, también...

Olímpica, Colombes, Amsterdam, América o en el Oficial , todos hemos concurrido a la ceremonia tribal que es un cotejo en el Centenario, más cuando la conjunción de afectos en la celeste nos da mayor sensación de pertenecer a un ente colectivo que sufre o goza al compás del resultado deportivo. Hace una punta de años era el grupo de bolsilludos en la Olímpica durante las tardes de invierno, al solcito y con un Sorocabana hirviente en las manos. Después fue con novia, luego con hijos. Ya no más, en una decadencia, en una desvalorización de lo que fue un espectáculo para todos, avanzó la ordinariez primero y el peligro después.

Importando otra mala cosa de los vecinos, comenzó el coro palabrotero a recordar la filiación del juez o los contrarios, a pasar a los golpes para llegar a los tiros, bien preparados con bebidas y pichicatas. Nadie puede fijar fecha a esta decadencia, pero un día nació y hoy florece. Las patotas cobardes existen desde hace tiempo pero hoy reinan. ¿Cuántos son?, seguramente que la policía y los dirigentes los conocen a casi todos. Son electorado pago con entradas gratuitas, expendedores de drogas, asesinos sin inconveniente. Una cosa es esta que nos muestra el espejo, la otra, la causa, nos la trae el razonamiento que llega a una conclusión ineludible: la falta de autoridad que campea en nuestro medio. Que comienza por el ámbito familiar, sigue en el de la escuela y liceo, transcurre en las relaciones laborales y nos acecha ante el más mínimo incidente de tráfico, hoy posible ocasión de perder la vida. Ya hay leyes suficientes, alcanzan los agentes de la policía, sobran los adelantos tecnológicos.

Ocurre que mientras los dirigentes y los agentes no quieran o no puedan ejercer su autoridad, el retrato colectivo seguirá mostrando feas miserias. En el estadio se esconden armas, se vende alcohol y marihuana (o algo más pesado). Los vigilantes privados son amenazados y efectivamente amedrentados. No se les pida ejercicio firme de autoridad sin que se haga efectivo, ante su desprecio, la más dura pena posible. Basta de interpretaciones sociológicas, el que “amuchado” con otros socios saltea el control o amenaza a quien lo ejerce, debe de ser filmado, detenido, juzgado y penado. Penado con prohibición larga de asistir a los juegos, multas y prisión.

Mientras tanto, en el campo de juego se enfrentan los jugadores. En ese ambiente aceptamos y exigimos que se practiquen virtudes y se respeten valores. Entrenamiento severo y diario so pena de rechifla. Juego de equipo, generosidad para el grupo, sentido de avance colectivo que son las bases del éxito. Limpieza -en general- en los procedimientos, perdonándose algún desliz en el calor de la jugada. Acatamiento de las autoridades: jueces, entrenador, capitán. Saludo al final y si alguna cuenta queda pendiente, no dura más allá de ese día.

Espejo o fotografía, ambos no mienten. Si salimos de la metáfora deportiva, nos encontramos con un poder político que claudica ante los grupos de presión empresariales extranjeros o los sindicales. Paga la calma con “entradas”, llámense estas exoneraciones de impuestos o cesión del poder de gobernar la enseñanza o la Intendencia de Montevideo. La de los que cumplen la ley y pagan aportes y sueldos, o sea a los “jugadores”, mucho entrenamiento, más esfuerzo y exigencia de éxito.

Vivimos una realidad que nos muestra muchos centros de poder pero muy poco ejercicio de la autoridad. Y ese poco, sesgado, desequilibrado y cada vez más con tufillos poco agradables. Ello al punto de que afirmar que no se puede cortar el tránsito para manifestar pues se lo hace en las plazas mientras otros circulan, parece una afirmación dictatorial. Señalar que la enseñanza pública está en manos de los gremios y que son estos responsables de muchos de los problemas, no de todos, por supuesto, parece una barbaridad. Comprobar que Adeom es la que manda en la municipalidad de la capital, sacrilegio anti obrero. Es que, gradualmente, que es la manera más peligrosa, hemos ido perdiendo el sentido de las palabras, y adquiriendo miedo de usarlas en su cabal sentido.

Recurrir al espejo para ver la verdad es muchas veces difícil pues nadie quiere en la imagen distinguir los defectos, las arrugas, las marcas del tiempo. Pero en materia política, en el tema de ordenarnos en la libertad existe la cirugía plástica. Es cambiar de gobierno, volver a que manden los que elegimos, legítimos en el origen, legítimos en el ejercicio del poder.

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Luis Alberto Lacalle

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