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Tiempo de venas abiertas

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A mediados de los sesenta la violencia y el desorden alcanzaron al Uruguay, aquella excepción en medio de “América Lapobre”, dijera Peloduro. Según la acertada figura de la historiadora Vania Markarian ya no se trataba de un “relámpago en el cielo sereno” sino “el fogonazo que iluminó las grandes nubes que se venían acumulando en la oscuridad”.

A mediados de los sesenta la violencia y el desorden alcanzaron al Uruguay, aquella excepción en medio de “América Lapobre”, dijera Peloduro. Según la acertada figura de la historiadora Vania Markarian ya no se trataba de un “relámpago en el cielo sereno” sino “el fogonazo que iluminó las grandes nubes que se venían acumulando en la oscuridad”.

Mirando la época Sine ira et studio, es posible sostener que por un lado el sistema de partidos, las libertades fundamentales y la separación de poderes se mantuvieron firmes, con altas y bajas, durante la década que finaliza en febrero de 1973, cuando el viejo Uruguay rindió sus banderas ante una sombría dictadura.

El 6 de diciembre de 1967 murió el presidente Gestido y asumió Jorge Pacheco Areco, quien prometió ejercer su “autoridad con dureza y energía para garantizar las libertades amenazadas” y responder “a la fuerza con la fuerza”. También reconoció la crisis que perjudicaba seriamente a “los sectores populares, el estancamiento de la producción y el vértigo inflacionario”; una realidad que se proponía revertir.

Pero el sistema político está balcanizado, incluso el partido Colorado: hasta 1972, en las once carteras se sucederán cincuenta ministros, elegidos entre lo más granado del partido Colorado desde su ala izquierda a la derecha. Abundan los duelos entre los propios colorados: el 21 de octubre de 1970 se batieron Julio M. Sanguinetti y Manuel Flores Mora; el 11 de noviembre Flores Mora vuelve a batirse, esta vez con Jorge Batlle. Al año siguiente (10 de agosto) los duelistas fueron Enrique Erro y el brigadier Danilo Sena y un mes más tarde los generales retirados Líber Seregni y Juan Pedro Ribas. Nadie salió herido ni hubo reconciliación.

Pacheco gobierna bajo “Medidas prontas de seguridad”. En junio de 1968 decreta la militarización del personal del Banco de la República y el Banco Central. Un mes después seguirán Ancap, UTE y OSE.

El gobierno tiene un formidable adversario en el parlamento: el partido Nacional con la fulgurante personalidad de Wilson Ferreira Aldunate, mientras que en las calles las izquierdas corean una vieja consigna: “Obreros y estudiantes, unidos y adelante”.

Montevideo arde. La universidad y los liceos nutren la agitación callejera con miles de jóvenes distribuidos en una miríada de nuevos grupos y marcos teóricos que van desde Marcuse, Althuser, Regis Debray, el Che y la Teología de la liberación, consagrada en la Conferencia de Medellín (Colombia, 1968) que se convertirá en un impensado puente que transitarán no pocos sacerdotes y centenares de jóvenes cristianos desde las parroquias y colegios hacia los partidos marxistas y sobre todo, a los grupos de acción directa.

El teatro, las murgas y cantores proveen la épica y las canciones revolucionarias: Daniel Viglietti, Zitarrosa o cantores populares que habían llegado a la consideración pública mediante canciones sencillas y no ideológicas como “De cojinillo” (Los olimareños) o “Chiquillada” (El Sabalero), vuelcan su producción hacia la protesta revolucionaria. Este escribe “Al hombre del mameluco”, ejemplo significativo de ese “Obreros y estudiantes unidos y adelante”, donde jóvenes de clases medias y altas procuran mimetizarse con la clase santificada por el marxismo. A los mamelucos del obrero se suman “muchas camisas blancas / que avanzan por la avenida, / llevando un mundo de piedras / como cerro que camina”. El remate es tan terrible como contundente; representación del odio instalado en la otrora Suiza de América: “¡Que se mueran, que se mueran! / los que mataban sin culpas / al chico de la camisa / y exprimían al obrero / dejándolo seco en vida. / Que se mueran, que se mueran! / ¡Que se mueran, que se mueran! / ¡Que se mueran, que se mueran! / ¡Que se mueran, que se mueran! / ¡Que se mueran, que se mueran! / ¡Que se mueran, que se mueran! / ¡Por Dios, que se mueran!”

Cada partido político ya sea de izquierda legal o insurreccional expone su línea política y sus consignas en un campo cultural que les responde gramscianamente.

En el mediodía del 12 de agosto de 1968 la seccional Novena, enterada de un fuerte disturbio en la zona de la Facultad de Veterinaria envía tres agentes a cargo del oficial ayudante Enrique Tegiachi en un jeep; tres agentes sin preparación para hacer frente a la situación; sin escudos, cascos o varas, pero sí con su arma de reglamento. Fueron recibidos a pedradas; un aterrado Tegiachi cae al piso, saca su arma de reglamento y tira. Líber Arce, un cuadro del partido Comunista de 28 años, recibe una herida de bala en el muslo izquierdo que le produce una fuerte hemorragia. Muere el 14 y su entierro fue acompañado por centenares de miles de indignados dolientes.

Al cumplirse un mes, el 21 de septiembre, mueren, junto a numerosos heridos, Susana Pintos y Hugo de los Santos. “No parece un dato menor -dice Vania Markarian- que [ambos] se hubieran afiliado a la UJC [Unión de Juventudes Comunistas] solo un mes antes, en reacción a la muerte del estudiante con nombre de mártir”.

Desde entonces, los chiquilines se hacen matar, sin saber lo que es la muerte, por fuerzas de seguridad mal preparadas para enfrentar disturbios, con funcionarios asustados o manijeados por el odio.

Los centros de enseñanza y sus alrededores son escenario de enfrentamientos entre grupos de choque de extrema derecha como la JUP (Juventud Uruguaya de Pie) y los de izquierda. Pero también, a pesar de la creación del Frente Amplio, en marzo de 1971, abunda la violencia “entre la “’izquierda tradicional (identificada centralmente con el Partido Comunista Uruguayo) y la ‘nueva izquierda’ asociada a las opciones más radicalizadas y a la lucha armada” (Markarian); puesto que los tupamaros han creado un movimiento “legal”, (el 26 de marzo), que se integra al FA. Unos claman “El pueblo unido jamás será vencido”, los otros, “Liberar, liberar a los presos por luchar.” Ni siquiera los actos del FA se salvan de estos choques.

Solo un grupo ha quedado fuera de la agrupación de izquierdas que representa el Frente Amplio: la ROE (Resistencia obrero estudiantil) descree tanto del FA como del foquismo tupamaro. Sus planes de combate son la exacerbación de la lucha callejera, el robo de dinero y armas; secuestros. Y vaya que se harán notar.

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Luciano Álvarez

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