Publicidad

La película que no fue

Compartir esta noticia

Durante la amable primavera de 1945 en la Baja Sajonia, las tropas inglesas de la 11ª división blindada avanzan sobre el territorio alemán. En ellas iban decenas de soldados camarógrafos, dependientes de la División de Guerra Psicológica, una organización conjunta británico estadounidense.

Durante la amable primavera de 1945 en la Baja Sajonia, las tropas inglesas de la 11ª división blindada avanzan sobre el territorio alemán. En ellas iban decenas de soldados camarógrafos, dependientes de la División de Guerra Psicológica, una organización conjunta británico estadounidense.

La lente de sus cámaras no podía sustraerse a los encantos de la región: un campo verde y bien trabajado, ganado bien alimentado, campesinos elegantemente vestidos a la usanza típica, pequeñas ciudades como Hamelin (la del flautista) o Celle, sobre el río Aller, con sus casas de entramado de madera.

El 12 de abril dos oficiales alemanes, con bandera blanca llegaron al cuartel de la división, para proponer una tregua, argumentando que estaban cerca de un gran campo de prisioneros civiles donde se había desatado una epidemia de tifus. Si luchaban allí se corría el riesgo de que los prisioneros escapasen y ambos ejércitos y los civiles sufrieran el contagio.

Bajo la bandera de la tregua, las tropas británicas marcharon en medio de la carretera, mientras los alemanes se colocaban a ambos lados del camino; las reglas de la guerra se cumplían con caballerosidad. También esto quedo filmado.

No lo tengo claro, pero supongo que los alemanes tomaron otra ruta, puesto que los aliados siguieron hacia el norte, unos veinte kilómetros, siempre entre huertos limpios y ordenados y granjas bien abastecidas. Pero, al caer la tarde comenzaron a sentir un olor pestilente. Acamparon hasta el amanecer. Pasados 70 años al soldado George Leonard todavía se le quiebra la voz y le caen las lágrimas cuando lo cuenta: “Entonces pudimos ver de dónde venía aquel olor apestoso”.

El 15 de abril entraron a Bergen-Belsen, un campo de concentración de tránsito para judíos. Allí vivían aún sesenta mil prisioneros, la mayoría de ellos gravemente enfermos; allí había muerto, en marzo, Ana Frank; más de diez mil morirían en los días siguientes a la liberación. Miles de cadáveres estaban esparcidos por el campo, sin enterrar.

Mania Salinger-Tenenbaum, una joven polaca, se asomó a su ventana, miró a la torre de guardia y vio que estaba vacía: “Y yo empecé a gritar, ¡los alemanes se han ido! ¡No veo a ningún alemán! Y algunas chicas corrieron conmigo... y llegamos a la reja. Y estaba detrás de una cerca de alambre de púas... para presenciar a la primera tropa británica entrando en el campo”. Un camarógrafo las registró para la eternidad, así como a Anita Lasker, entonces de 19 años: “Pasaste años preparándote para morir, y de repente todavía estás aquí, ¿Me entiende?”.

El sargento camarógrafo Mike Lewis filmó durante dos semanas. La imagen se mueve entre cadáveres y sobrevivientes mezclados. “Había muertos apilados en pilas retorcidas. Mujeres muertas como estatuas de mármol en el lodo. […] No se contaban en cientos, sino en miles. No mil o dos mil, sino 30.000. Ni siquiera los campos de batalla nos habían mostrado algo igual, jamás, jamás, jamás. Era doloroso de verlo; doloroso de que esto le pueda pasar a la gente. [...] Había olor a muerte en todas partes. Había fosas tan amplias como canchas de tenis conteniendo cuerpos de bebés, niñas, adolescentes, hombres, mujeres, viejos. […] Eran maniquíes, eran muñecos. [Y luego estaban] estas personas, medio muertas caminando, con ojos vidriosos... y absolutamente... muertas. […] Nunca podrías asociar lo que estabas viendo con tu propia vida, no sé si me entiende. Esto era algo completamente distinto. Era de otro mundo”. El visor de la cámara les salvaba, ponía una distancia. “Si no fuera así creo que probablemente te habrías vuelto loco. […] Y pensé que con el tiempo se me podría olvidar. Quería olvidar. Pero realmente nunca te deja.”

El 19 de abril Richard Dimblebay transmitía para la BBC: “Había caras en las ventanas. Huesudas y demacradas, caras de hambrientas mujeres, demasiado débiles para salir al exterior, replegándose contra el cristal, para ver la luz del día antes de morir. Y estaban muriendo, a cada hora y a cada minuto”.

Al día siguiente de ese informe, Winston Churchill declaró ante el Parlamento: “No hay palabras para expresar el horror que siente el gobierno de Su Majestad y sus principales Aliados ante las pruebas de estos crímenes espantosos que ahora salen a la vista”. Ahora Churchill “sabía” lo que no había querido “saber” cuando se acumulaban informes como los del resistente y diplomático polaco Jan Karski. En lo inmediato las noticias de Bergen-Belsen tampoco eran del todo una sorpresa para el gobierno británico. La Inteligencia soviética había informado del descubrimiento de campos de concentración en Polonia, ya en julio de 1944. Pero como los soviéticos solían falsificar informes de atrocidades, los británicos y estadounidenses persistieron en ignorar la información.

El 21 de abril, Sidney Bernstein, director del área cine de la División de Guerra Psicológica, se encaminó hacia Bergen-Belsen. Bernstein era un exitoso exhibidor, distribuidor y productor de cine inglés. En 1925 había fundado la London Film Society que lanzó a la fama, entre otros, a un joven Alfred Hitchcock. A su llegada los camarógrafos llevaban una semana de trabajo. Pero fue Bernstein quien imaginó una película, un relato más allá del registro y dio instrucciones precisas: se trataba “de filmar todo lo que demostrará que un día esto habría sucedido en realidad. Sería una lección para los alemanes puesto que la mayoría de ellos en nuestro camino, y en el camino de las tropas, habían negado saber algo acerca de los campos. Para toda la humanidad también”.

Tenía con y cómo hacerlo. Los célebres estudios Pine-wood habían sido requisados para el esfuerzo bélico, la escuela documentalista inglesa estaba a la cabeza del género, Bernstein convocó al mon-tajista y director Stewart McAllister, que acababa de dirigir Listen to Britain, junto a Humphrey Jennings, una obra maestra que mostraba la vida cotidiana de los ingleses bajo los bombardeos nazis, también a Peter Tanner, otro gran montajista. Por fin llamó a los Estados Unidos para convocar a su gran amigo Alfred Hitchcock. El equipo estaba listo para crear una obra maestra destinada a conmover e informar al mundo sobre el Holocausto.

SEGUIR
Luciano Álvarez

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad