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Elegía por el clásico moribundo

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De fondo suena Discépolo: “¡Aullando entre relámpagos, perdido en la tormenta, de mi noche interminable…”, Miro cuatro veces al caminar por la calle o entrar el auto, siento que el desastre de la educación nos condena al abismo; los hijos buscan otras tierras mis nietos nacieron y nacerán lejos.

De fondo suena Discépolo: “¡Aullando entre relámpagos, perdido en la tormenta, de mi noche interminable…”, Miro cuatro veces al caminar por la calle o entrar el auto, siento que el desastre de la educación nos condena al abismo; los hijos buscan otras tierras mis nietos nacieron y nacerán lejos.

Ya ni Peñarol me queda. Me han rapiñado el fútbol los logreros, arribistas, especuladores y mafiosos, sostenidos por ejércitos de ni-nis y nenes bien con vocación de pistoleros bajo la mirada ridícula de burócratas incompetentes que se creen maquiavelos.

Los ingleses trajeron el fútbol y el Uruguay lo devoró. Los “teams” nacían en cada esquina.

El 16 de julio de 1900, la prensa daba cuenta de un hecho fundacional: Decía La Razón: “Se realizó ayer en el Parque Central el animado partido entre el club «Peñarol» y el «Club Nacional de Football». El match resultó interesantísimo. Los muchachos de «Nacional» hicieron verdaderas proezas luchando con un adversario de tanto empuje como lo es «Peñarol», cuyos jugadores son tal vez los más aguerridos de esta orilla”. 2 a 0 fue el resultado.

La rivalidad fue inmediata, también las pasiones, la exaltación y los episodios violentos. En El Día del 12 de Mayo de 1901, se cuenta que “... tanto estaban las pasiones exaltadas de los espectadores que hubo más de una gresca, muchas puñadas, infinidad de insultos... unos cuantos presos que la autoridad llevó a enfriar a las tranquilas piezas de la comisaría local.”

“El grito de guerra, de aplauso y de aliento ‘¡Peñarol!’... ‘¡Peñarol!’... ‘Nacional’... ‘Nacional’... resonaba en todo el país”. (El Día, 4 de agosto de 1902).

Desde entonces la relación entre los clásicos rivales incluyó tanto el “fair play” como el “foul play”.

En 1903 Nacional derrotó 4 a 0 al Uruguay Athletic F.C. El club perdedor protestó el partido porque no había sido presentado el formulario en tiempo y forma. Sin embargo, Peñarol que con estos puntos hubiese sido campeón, votó a favor de Nacional, hubo igualdad de puntos y una final que ganó Nacional.

En sentido contrario, Peñarol perpetró los primeros pases traumáticos: mediante oferta de empleo en el ferrocarril, le quitó a Nacional a los tres hermanos Carbone y a Germán Arímalo, uno de sus fundadores. Con los años Nacional le devolvería el gesto.

Las invasiones del público eran habituales; en 1905 hubo que suspender dos veces el clásico (14 de mayo y 9 de julio), sin embargo al final se jugaron los partidos y Peñarol ganó el decisivo, el 1 de octubre. Catorce días después se jugó otro. En junio habían muerto de viruela dos de los hermanos Céspedes. Peñarol resolvió «hacerse cargo de la mitad del costo de la placa que se colocará en la tumba de los tan llorados deportistas y cumplidos caballeros, Carlos y Bolívar Céspedes, defensores del Club Nacional de Football» y se jugó un partido de homenaje y a beneficio.

El Fair Play también se manifestó el 2 de julio de 1911 cuando se inauguraron las nuevas instalaciones del Parque Central con un clásico. El acuerdo implicaba que a Peñarol le correspondería un tercio de la recaudación, pero su directiva resolvió rehusarla, “pues Nacional ha tenido muchos gastos con tal motivo”.

Pero la rivalidad crecía y también los conflictos. El Dr. José María Delgado, presidente de Nacional, reconoció que aquella fue «la época medieval de nuestro football», la del amateurismo marrón, caracterizado por la competencia por quedarse con los mejores jugadores sin escatimar métodos.

El Foul Play se agravó con el profesionalismo y con el mantenimiento de la norma que permitía “ganar partidos en la liga”, mediante el cambio de fallos que permitía cobrar un offside o anular un gol en los escritorios, mediante el “el arrepentimiento” de los jueces. Un buen delegado podía ser más útil que el mejor centreforward. Así fue hasta 1936. El público lo aceptaba, hasta cierto punto; en una ocasión se rebeló.

Fue el 27 de mayo de 1934 cuando se produjo uno de los episodios más oscuros y jamás dilucidados: el gol de la valija. El ambiente estaba tan caldeado que los clásicos rivales vetaron a 62 de los 63 jueces propuestos. Todo terminó en un escándalo y el partido suspendido. El público reaccionó: los gritos, los silbidos y protestas pasaron a ser la nota dominante. En los taludes hubo una intentona para derribar los alambrados, que impidió a tiempo la policía. El País publicó: “La-dro-nes… La-dro-nes gritaba el público y cundió por las instalaciones, la sensación de la única verdad de la tarde. Cuando se dio por terminado el encuentro, el Estadio a oscuras presentaba un aspecto extraño. Cientos de fogatas en las distintas localidades daban la sensación de que el hermoso field ardía en llamas”.

Así fue el fútbol con sus luces y sombras, hasta hace pocos años. El sano amor por las divisas no lo mermaban siquiera los largos ciclos de derrotas. En los años cuarenta Peñarol vivió una larga noche deportiva e institucional. El 14 de diciembre de 1941 Nacional le derrotó 6 a 0. Dionisio Alejandro Vera, que era nacionalófilo, vio desde las ventanas de El País, pasar a la hinchada de Peñarol:

“Los jugadores vencidos en la cancha habían refugiado su dolor en sus hogares […]. Pero el pueblo, ese pueblo de enorme corazón y fibra santa, había salido a la calle furioso a gritar el nombre de Peñarol. […] Para ellos, Peñarol era tan grande entonces como siempre, como cuando la bandera de las estrellas ondeaba airosa azotada por los vientos de victoria y era siempre inmensa y bendita cuando era arriada en las tardes de caídas sin levante. Ellos representaban auténticamente al mismo Peñarol; al Peñarol de Gradín y de Piendi, al Peñarol del finadito Pérez y al Peñarol del artista Anselmo. […] Ellos eran, en ese instante, Peñarol. […] Nosotros vimos, asombrados, aquella manifestación. Nos pegó un salto el corazón ante tanto coraje, ante tanta adhesión y pensamos que un club que tenía «eso» no podía morir jamás”.

Lo mismo, palabra más, palabra menos, podría decirse de cualquiera de quienes tengan pasión por sus colores.

Sin embargo, los sucesos de los últimos años han puesto en grave estado esa tradición. En medio de tanta porquería, el pasado domingo vi una pequeña esperanza. Quien pensara que medio país se volcaría a las ventanillas de la tribuna Olímpica para comprar las 13.800 entradas disponibles, se llevó el golpe de un plebiscito: apenas se vendieron 700.

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Luciano Álvarez

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