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Por siempre Rodelú

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El Parque Rodó, gran paseo nacional, estuvo de fiesta como antes. A la luz del día, un concierto de salsa juntó a una multitud sin drogas y sin miedo. Los acordes pachangueros renovaron la eterna unión de lo popular y lo culto. La Banda Sinfónica Municipal, que hace tiempo ha salido del Pabellón de la Música enmarcado por Beethoven, Mozart, Bach y Wagner, viene alternando lo que ya es clásico desde ayer con lo bailable de hoy, que, al refinarse, engendrará lo que ha de ser clásico mañana.

El Parque Rodó, gran paseo nacional, estuvo de fiesta como antes. A la luz del día, un concierto de salsa juntó a una multitud sin drogas y sin miedo. Los acordes pachangueros renovaron la eterna unión de lo popular y lo culto. La Banda Sinfónica Municipal, que hace tiempo ha salido del Pabellón de la Música enmarcado por Beethoven, Mozart, Bach y Wagner, viene alternando lo que ya es clásico desde ayer con lo bailable de hoy, que, al refinarse, engendrará lo que ha de ser clásico mañana.

El festejo tuvo por motivo los 100 años del Rodelú, nacido en octubre de 1916 como pizzería del Parque Urbano, 42 hectáreas de diseño francés que después se bautizaron José Enrique Rodó, con tanta justicia entonces como injusticia hay hoy en olvidar los combates del Maestro contra la mediocridad y la chatura.

Enhiesto en su terraza, el Rodelú asistió a la instalación del busto de Florencio Sánchez, la estatua de Buda y el festejo de Iemanjá. Vio nacer y morir al Forte di Makalle, Don Trigo y W-Lounge. Vio crecer el estadio Franzini. Es un negocio, pero es mucho más que lo que vende: es una institución de un paisaje montevideano que nos late en recuerdos. En sus mesas estuvo uno con Jorge Pacheco Areco cuando ni soñaba un destino presidencial, con Felisberto Hernández cuando no auguraba los triunfos que iba a lograr después de muerto, y con Carlos Sabat Ercasty cuando su potencia poética no permitía imaginar que se lo sepultaría sin nombre en el Cementerio Británico. En sus sillas estuvo uno con sus padres, sus hijos y sus nietos. Y “uno” es el impersonal personalísimo de los muchos distintos que nos unificamos en la Constitución de la República Oriental del Uruguay.

La palabra Rodelú nació precisamente de ese apelativo mayor. Condensó las iniciales de la República, décadas antes de que las siglas se pusieran de moda.

Hoy debemos recuperar ese sentido original, pues el acrónimo no brotó de un plan de marketing sino de las entrañas de un Uruguay que en 1916 afirmaba su grandeza en la diversidad. Y debemos recuperar la diversidad misma, puesto que se nos quiebran los moldes sectoriales y necesitamos volver a juntarnos según lo que realmente sentimos y pensamos, reconstruyendo el amor por encima de todas las fracturas sufridas.

En estos meses, el clima nos ha dado alertas más allá de los colores con que se intenta pronosticar. Nos avisa que ya no es regular, como 60 años atrás escribían Giuffra y Di Leoni. “Lluvia con sol” no es ya el “disparate” que asombraba a Abadie y Zarrilli. Con sus nuevos corredores de viento y sus tormentas torrenciales, también la atmósfera nos convoca a nuevas respuestas.

Hasta el cielo nos dice que no vale la pena perder el sueño por la vigencia de una mayoría parlamentaria que impide hacer -como bien dijo Alfie-, pues mucho mejor sería vivir con debates abiertos, sin buscar lo “políticamente correcto” sino el interés general. Es que ya es tiempo de saber que no somos chicos, puesto que en superficie superamos a Holanda, Bélgica, Suiza y Taiwán juntas, y allí prosperan más de 63.000.000 de habitantes, mientras nosotros no logramos forjar el porvenir de 3.400.000 por seguir oyendo los desafinazos de los que hablan de “paisito” desde el tobogán de su resignación.

¡Y esos son los desafíos que nos retan desde el mensaje levantado y perenne de la sigla Rodelú!

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Leonardo Guzmán

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