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Libertad y libertades

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leonardo guzmán
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El domingo 1º de Marzo de 2020 ya es histórico. Los partidos que entraron a cogobernar colmaron caminos y avenidas.

Cada uno con su identidad, sus hombres y sus banderas, hicieron confluir al campo y la ciudad, abrazando a toda su gente en un “¡Viva la patria!” que nacía desde las entrañas, necesitadas de deshacerse de un modo decadente y sórdido de mal vivir. Un grito que enterró el menosprecio coloquial con que de las palabras echadas al viento se dice que son “un viva la patria”. Un grito que en la coalición fue unánime en el más estricto sentido: de una sola ánima, de una sola alma. Es que, como intuyó el Himno Nacional, la que pronuncia el voto supremo de libertad es el alma.

El Dr. Lacalle pronunció un discurso clásico, ático. Fijó principios por encima de izquierdas y derechas. Puso los valores en orden. Y recibió el honor de que se marchara de la Asamblea General la suplente que, después de haberle visto el título a Sendic y cuando este fue defenestrado, se encaramó en la Vicepresidencia.

En su discurso el Presidente entrante afirmó como meta suprema a la libertad. Desgraciadamente unas cuantas crónicas dijeron que esa definición era reflejo de liberalismo económico. Incurrieron en un garrafal error, por aplicar a las ideas vertebrales del nuevo tiempo el lenguaje estrecho y la conceptuación corta del elenco que se fue.

Es obvio que con su afirmación del valor supremo de la libertad, el Dr. Lacalle no se refirió a las siempre discutidas tesis económicas de la escuela llamada liberal. Los ejemplos que invocó se refirieron a la libertad de cada uno para pensar, planear y gestionar la vida material y moral. Esa libertad es la vara mayor con que desde el siglo XX el mundo mide la civilización y en el Uruguay es mandato fundacional de la conciencia pública, ya desde los albores del siglo XIX. Las Instrucciones del Año XIII le ordenaban al Estado que aún no había nacido: “Promoverá la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable”.

La libertad es el principio que nos impone respetar al otro por encima de las discrepancias. Es una relación con las personas y con las ideas, que está muy por encima de los grados de intervención del poder público que puedan aconsejar las diferentes doctrinas que iluminan la ciencia económica.

Fue en el Uruguay que la filosofía de Vaz Ferreira condenó el alma tutorial -fanática, rígida, intolerante- y llamó, en cambio, a cultivar el alma liberal, no como una militancia económica sino como un supremo valor de actitud abierta.

Dolorosamente, en la reconstrucción nacional hay que volver a sentar estas bases que un día parecieron elementales, porque el daño doctrinario sufrido por la ciudadanía ha sido mucho y porque el ensayo totalitario buscó desplazar a la persona, dándole protagonismo al colectivo corporativamente manejado, y hasta llegó al colmo de colocar un logotipo con la leyenda “Mi Casa” en lugar del escudo montevideano que luce el mandamiento artiguista: “Con libertad ni ofendo ni temo”.

Desde 1919 la Constitución Nacional alberga espacio para privatistas y estatistas. En ella caben todas las tendencias con tal que nos tratemos como gente y se respeten los derechos individuales.

Tras las experiencias hechas, volver a tener un gobierno comprometido con la libertad es una fiesta del alma y un llamado a restablecer la República.

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