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16 de junio: la prédica

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Fue hace 131 años. El número primo no justifica evocar el aniversario de un diario muerto. Pero el estado actual de la República no justificaría olvidarlo, porque su nacimiento fue un ejemplo de respuesta recia a unas circunstancias aciagas.

Fue hace 131 años. El número primo no justifica evocar el aniversario de un diario muerto. Pero el estado actual de la República no justificaría olvidarlo, porque su nacimiento fue un ejemplo de respuesta recia a unas circunstancias aciagas.

José Batlle y Ordóñez crea su diario como un enorme esfuerzo de reflexión y prédica, tan solo dos meses y medio después de haber salido derrotado como partícipe en la Revolución del Quebracho, donde colorados, blancos y constitucionalistas fracasaron trágicamente en su intento conjunto de voltear al gobierno inconstitucional de Santos. Lo reconoce sin ambages en su primer editorial, donde declara que sale a la calle “al otro día de la derrota”, respondiendo con la certeza de que “Siempre hay un camino bueno para los hombres de buena y fuerte voluntad”.

Como órgano de prédica, El Día sostuvo tesis polémicas; y más allá de ellas, fue expresión de conciencia liberal, reflejada en su raigal oposición a las dos dictaduras que el Uruguay sufrió en el siglo XX. Liberal, no en la acepción mercantil con que, para defender la circulación de los bienes, en nuestro país la economía se apropió de la palabra en las últimas décadas. Liberal en el sentido laico y espiritual con que el liberalismo de alma fue y seguirá siendo sinónimo de convicciones firmes pero abiertas a la convivencia de credos y filosofías de los que piensan y aportan diferente.

En los actuales tiempos de intolerancia nacional y mundial, no pasemos distraídos ante el valor de haber defendido la libertad de expresión del pensamiento. Es un mérito que se alza por encima de las épocas y las vicisitudes y nos hermana muy por encima de todo lo que la moda divide.

Eso sí: si miramos más lejos y más hondo, nos toparemos con el valor personal y cívico que le dio vida a ese y a todos los diarios portadores de convicciones. El Día liberal en 1886, El Bien Público católico en 1878, El País blanco en 1918, El Plata, El Debate, El Sol y tantos más no se fundaron por cálculos ni por análisis de marketing. Los crearon hombres comprometidos con lo que sentían y pensaban, que afirmaron su fe en la transmisión de conceptos, gemela de la fe en la cultura y la educación. Hombres que, abrazando principios, apostaron al esfuerzo por discurrir en voz alta y creyeron en la prédica.

Hoy, cuando el periodismo se entrelaza con la industria del “entertainment” y cuando -por objetividad o por pereza- muchos transmiten noticias atroces con actitud inexpresiva de “bueno ¡y qué?”, tenemos la obligación de declarar la esencialidad del servicio de respuesta ciudadana que le debemos a la República, porque es impostergable.

Un cuadro nacional horadado por la criminalidad narco, la inseguridad y la indiferencia ante las transgresiones en cascada nos llama a redoblar el esfuerzo para, como ciudadanos, constituirnos cada vez más en comunicadores de nosotros mismos.

La Revolución del Quebracho fue derrota del espíritu republicano, pero sembró una conciencia institucional que en las tres décadas siguientes resultó fecunda y pacificadora, gracias a protagonistas de todos los partidos que abrazaron banderas con grandeza.

Esa es la ruta que, en unión civilizada de discrepantes, deberemos recorrer desde hoy si queremos imprimir vuelo a la causa pública, en vez de seguir recocinándonos en la misma salsa.

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Leonardo Guzmán

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