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¡Humanos sin personas!

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El 10 de diciembre de 1948 las Naciones Unidas aprobaron la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, que, para evitar confusiones de género, desde 1952 se llamó “de los Derechos Humanos”.

El 10 de diciembre de 1948 las Naciones Unidas aprobaron la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, que, para evitar confusiones de género, desde 1952 se llamó “de los Derechos Humanos”.

Ciento cincuenta y nueve años antes, el 26 de agosto de 1789, la Asamblea Nacional de la Revolución Francesa había sancionado la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, que no se llamó Universal pero que reflejó la vocación de la Enciclopedia por lo humano sin fronteras.

¡Cuánto prometía aquella Declaración sellada en París hace 68 años! En los dos tercios de siglo corridos desde entonces, cayeron muchas tiranías con pretextos de izquierda o derecha: la soviética, las del este europeo, las de África, las de nuestra América. Pero no por eso los derechos se consolidaron: hoy siguen montándose dictaduras capaces de arrasar todas las libertades; continúa asesinándose a mansalva desde el terrorismo y las guerras de religión; se degradan principios generales, se abandona la educación cívica y -lo que es grave para nuestro Uruguay- surgen nuevas formas insidiosas de atentar contra los derechos que vacían la condición humana al rebanarle al hombre común la facultad de pensar por cuenta propia.

Todos los días surgen nuevas reglas desde un “sistema” que no dialoga: impone. Así ocurre hasta en los detalles de nuestra vida diaria. No se alza una campaña para reeducar a los automovilistas ni a los hinchas ni a los delincuentes para que piensen con su cabeza. Se alza el brazo y se amenaza a todos desde afuera con sanciones disparatadas -más de 7.000 pesos por infringir los 60 o 45 km marcados en la rambla, seis meses sin libreta por manejar con una cerveza encima-, apoyadas en cámaras filmadoras, en vez de construir -desde lo interno del ciudadano- una cultura que genere espontáneamente las mejores actitudes.

Por cierto, siempre aparecerán precedentes de lugares donde los castigos sean más severos aún, pero nada obliga a remedar modelos invasivos de la persona en vez de cumplir el proyecto de hombre libre que nació en la Ilustración, fuente originaria de la Declaración de 1789, la de 1948 y el sinnúmero de Declaraciones complementarias -regionales, sectoriales- que hoy pueblan la selva del Derecho Internacional.

Nadie gana nada con que sea en nombre de la izquierda o de la derecha que a la persona se la trate como a un objeto. No hay ningún beneficio en que a título de socialismo siga avanzando la tecnología de la despersonalización, tan propia del capitalismo crudamente financiero. No hay alegría en que caminemos callados y resignados entre desarrapados y drogados: la indiferencia ante el prójimo no realiza ningún ideal político ni ayuda a que rija ningún derecho humano.

En la base de las Declaraciones de Derechos hay mucho más que conceptos jurídicos. Hay un proyecto para la persona, definido admirablemente por Kant cinco años antes de que estallase la Revolución Francesa: “La Ilustración es la liberación del hombre de su culpable imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino en la carencia de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella, sin la tutela de otro”.

Por abandonar ese proyecto tenemos cada vez más derechos humanos sin persona que los asuma. ¡Guay!

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Leonardo Guzmán

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