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¡Esto es ser insensible!

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Eleuterio Fernández Huidobro - Sin Remordimientos…”, escrito por María Urruzola -insospechable de ser derechista-, contiene imputaciones concretas, con el nombre y el apellido de protagonistas hoy vigentes en la vida pública. No es un relato novelado. Es una crónica intencionada de lo recibido de fuentes que la autora considera confiables.

Eleuterio Fernández Huidobro - Sin Remordimientos…”, escrito por María Urruzola -insospechable de ser derechista-, contiene imputaciones concretas, con el nombre y el apellido de protagonistas hoy vigentes en la vida pública. No es un relato novelado. Es una crónica intencionada de lo recibido de fuentes que la autora considera confiables.

El libro puso a la vista datos que parecen demostrar que, después que terminó la dictadura y cuando trabajosamente habíamos recuperado la libertad y la legalidad, había bandas tupamaras que, para recaudar fondos, perpetraban rapiñas a Bancos y las hacían pasar por delitos comunes.

La acusación es enorme. Nos dice que en los mismos años en que Julio María Sanguinetti y Enrique Tarigo dialogaban con Wilson Ferreira Aldunate y Líber Seregni para reconstruir con grandeza la conciencia institucional de la República, había núcleos sombríos que hacían reservas mentales y recocinaban justificaciones ideológicas para volver a delinquir, ensuciando la paz.

Peor aún: la acusación deja sobre el tapete que los asaltos no los cometió un grupúsculo suelto, escapando a las jerarquías. No. Lo que exhibe el libro es que los delitos se consumaron en la democracia recuperada, contando con impulso o anuencia de quienes iban a terminar encaramándose en el poder sin hacerle asco a procedimientos de esa laya.

Las acusaciones están en la calle. Las respalda una ristra de indicios congruentes. Nadie las ha desmentido. Nadie ha salido a esgrimir pruebas en su contra. Nadie ha hecho de refutarlas una cuestión de honor. Están pendientes el desmentido y las pruebas. El honor también.

Unos pocos musitan en los corrillos que todo esto “ya se sabía” y por tanto “no es nada nuevo”. Otros parecen esperar que el tiempo envuelva en brumas unas imputaciones que, sean viejas o nuevas, si quedan en pie bastan y sobran para liquidar la carrera política y la presencia pública de los protagonistas, por mucho que ellos se refugien en un silencio cada vez más expresivo.

Por encima de las ideologías, las banderas y los subgrupos, los ciudadanos todos tenemos un deber mucho más importante que relojear candidaturas. Ese deber es no bajar la guardia, no dejarnos llevar por el acostumbramiento, no resignarnos anteayer a la licenciatura de Sendic, ayer a la fundición de Ancap, ahora a la confirmación de tropelías que descalifican a cualquiera.

Es un deber, sí, batallar para que no se torne insensible este pueblo que se hizo grande cuando fue conducido por hombres que, por la décima parte de lo que ahora se ventila, jugaban destino y vida en la lucha y en el campo del honor.

Ser insensible -define el Diccionario de la Lengua Española- es ser “incapaz de apreciar algo o de reaccionar emocionalmente ante ello”. Insensible es quien “carece de receptividad a determinados asuntos o problemas y de disposición para resolverlos”.

Ser insensible, quedándose impávido ante la denuncia de brutalidades, equivale a retroceder del reino de los valores que le dan luz y savia a la República y conduce a la ciénaga de la resignación impersonal, gestora de zombis ineptos para vibrar con los valores de la República.

Y eso no es ni progresista ni de izquierda ni de derecha: es, a lo sumo, del peor Medioevo.

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Leonardo Guzmán

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