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Chomsky en su salsa

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Invocando raíces en Humboldt, Noam Chomsky se independizó del estructuralismo de Saussure y del conductismo estadounidense y se acreditó como fundador de la lingüística generativa.

Invocando raíces en Humboldt, Noam Chomsky se independizó del estructuralismo de Saussure y del conductismo estadounidense y se acreditó como fundador de la lingüística generativa.

Emparentado con las investigaciones lógicas que se expandieron a partir de los trabajos de Russell, Whitehead y Wittgenstein, Chomsky realizó un alto esfuerzo de abstracción que tuvo tanta llegada al gran público como críticas recibió de los especialistas.

El inolvidable Eugenio Coseriu, en su libro Gramática, Semántica, Universales -escrito en Alemania, pero tiernamente dedicado “A mis alumnos de Montevideo y de Tübingen”- escribió sobre la teoría chomskiana: “Difícilmente pueda llevar a una comprensión íntima y cabal de la esencia de las lenguas históricas, ya que no investiga siquiera lo esencial y propio de tales lenguas, o sea la diversidad de su organización funcional”.

Aceptaba la tesis generativa “como complemento y ampliación de la lingüística anterior”, pero “no en lugar de la que se ocupa propiamente de las funciones idiomáticas, o sea la gramática estructural y funcional”. Por lo cual, Coseriu invitaba a la escuela de Chomsky “a renunciar a su actitud estérilmente polémica y altiva” y abandonar la fe en que “su gramática del hablar es la única gramática correcta y adecuada”.

Tras décadas consagradas a verter condenas y utopías en el vecindario ideológico antiyanqui y antiisraelí, Chomsky fue traído a Montevideo.

Anarquista intrínseco, resulta paradojal que lo haya importado el oficialismo flechado que nos gobierna. Y es una pena que haya incurrido en el mismo error que le apuntaba Coseriu, al haber hablado genéricamente contra la corrupción y el imperialismo, pero no haberse adentrado en lo esencial y propio del país que visitaba. Es una pena porque como lingüista habría podido explicar la semiótica del lenguaje verbal y no verbal en que estamos inmersos.

Perdimos una gran oportunidad de conocer su valoración de los aportes que, desde la Presidencia de la República, formuló su contertulio José Mujica para enriquecer el vocabulario público: ora con subjuntivos esdrujulizados como “puédamos”, ora con el abuso de vulgarismos intestinales.

También perdimos la ocasión de que nos enseñara en profundidad el valor semántico del déficit de Ancap y de la palabra “bullying” aplicada a su expresidente por acusaciones que no refuta.

Bien sabemos que es frecuente usar el relumbrón de un ámbito determinado para revestir con aparente autoridad las opiniones que, sobre cualquier tema, se tiran a la marchanta: las chicas de la pasarela declarando su kirchnerismo; Maradona pro Fidel Castro; y dale que va. Pero aunque a Chomsky se lo haya traído para hacer un ejercicio de esa índole, es una lástima no haberlo aprovechado.

Habría podido explicarnos qué progreso republicano o izquierdista se siembra cuando al otro deja de llamárselo “señor” para rebautizarlo “vecino”, cuando las víctimas femeninas pasan a ser siempre “una mujer” y nunca son “una señora”, cuando la gramática retrocede a ojos vistas…

Y cuando los sentimientos y el pensamiento van quedando sin idioma, porque la comprensión y el amor al prójimo abandonan la escena pública, arrinconados por los corporativismos y las sorderas.

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Leonardo Guzmán

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