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Identidades políticas

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No es sencillo el debate político-cultural con un Frente Amplio que logra todavía sumar electoralmente a viejos tupamaros, comunistas leninistas, socialistas marxistas, demócrata-cristianos moderados, izquierdistas retóricos y algunos sobrevivientes socialdemócratas que ni siquiera pueden citar a Felipe González porque sus correligionarios socialistas vituperan de él por “conservador” (y ahora imperialista, al librar ardorosa batalla por la recuperación democrática de esa Venezuela arrasada por el populismo autoritario del chavismo).

No es sencillo el debate político-cultural con un Frente Amplio que logra todavía sumar electoralmente a viejos tupamaros, comunistas leninistas, socialistas marxistas, demócrata-cristianos moderados, izquierdistas retóricos y algunos sobrevivientes socialdemócratas que ni siquiera pueden citar a Felipe González porque sus correligionarios socialistas vituperan de él por “conservador” (y ahora imperialista, al librar ardorosa batalla por la recuperación democrática de esa Venezuela arrasada por el populismo autoritario del chavismo).

Esa incoherencia ideológica se soslayó con la mano abierta propia de la bonanza, pero los vientos menos favorables que hoy soplan desde el mercado internacional desnudan un desastre educativo que no se salva con dinero, una inseguridad pública que no decrece, una inflación muy por encima del 4-5% propuesto y deseable, y un ajuste fiscal que se presenta sin pedir disculpas por las incumplidas promesas de no aumentar impuestos.
Ante este panorama, se hace muy relevante la actitud opositora, no solo en su deber de contralor de una administración cada día más desprolija, sino en el más profundo de las visiones doctrinarias de partidos que saben que tendrán que sumar votos sin negarse a sí mismos.

El desafío está, entonces, en compaginar esas necesidades electorales con identidades políticas que deben preservarse no sólo por honestidad intelectual sino porque una actitud uniforme, enraizada en un liberalismo económico puro y duro, y un antiestatismo en blanco y negro, no podrá nunca rivalizar con ese difuso solidarismo frentista que hasta ahora ha sido eficaz en atribuirse falsamente un monopolio de la sensibilidad social.

Últimamente hasta se ha cuestionado al Partido Colorado por seguir reivindicando la construcción del Estado de Bienestar que singularizó al Uruguay como el país de mayor desarrollo social de América Latina. Se nos dice que seguir hablando de Batllismo es ayudar al FA, que de a ratos se reivindica cercano a la figura de Batlle y Ordóñez para justificar el descalabro de todo lo que han sido sus banderas históricas: el monopolio de los medios de producción, la nacionalización de la banca y el comercio exterior, la ruptura con el Fondo Monetario Internacional, el rechazo a las tesis de equilibrio macroeconómico, su adhesión internacionalista al mundo comunista, la revolución por la revolución misma, etcétera, etcétera.

Por supuesto, esa invocación frentista al Batllismo es falsa por donde se mire. El FA cree que Venezuela y Cuba son democracias, lo que instala un océano de distancia. Creen todavía -y lo dicen todos los días los dirigentes del Pit-Cnt, factores decisivos en la estructura oficialista- en la lucha de clases, en su rencorosa visión de la sociedad y en una trasnochada idea de un imperialismo inexistente. Enfrentan la globalización como si fuera una doctrina y no un hecho tecnológico, oponiéndose por ello a la apertura económica que los tiempos reclaman. Batllistas y frentistas, en resumidas cuentas, nos diferenciamos esencialmente porque nosotros creemos en la igualación hacia arriba y no en esa igualada hacia abajo que se nos ha ido imponiendo en estos últimos gobiernos, y de la que la decadencia educativa decretada por los sindicatos docentes es el mayor paradigma.

Esa enorme distancia, insalvable, no puede llevarnos al extremo de que nos neguemos a nosotros mismos, amontonándonos en un bloque homogéneo. ¿Vamos a renunciar a que el Estado cumpla un rol de estímulo a ciertas actividades económicas? De ninguna manera. No se trata de repetir el industrialismo de los año 50, propio de su tiempo, pero sí de reivindicar -por ejemplo- el programa forestal que desde nuestra primera presidencia comenzó a cambiar la matriz productiva del país, al erigirse en el mayor escenario de inversión económica. ¿Vamos a renegar de las conquistas sociales que caracterizaron al país, por el impulso histórico del Batllismo? Por el contrario, las hemos seguido desarrollando, y tanto los CAIF, de nuestra primera presidencia, como la Reforma Educativa de la segunda, estuvieron específicamente orientadas a enfrentar las desigualdades originadas en las pobreza. ¿Tenemos que abandonar el principio de laicidad de nuestra República y dejarnos arrastrar por esta deformación ética de un FA que confunde libertad de cultos con importación de musulmanes, o tolerancia con ocupación del espacio público por quienes no aceptan los valores democráticos definidos en nuestra Constitución?

Cada partido tradicional tiene su perfil e identidad y nefasto sería diluir esas diferencias en un monolito indiferenciado. Tan nefasto como no entender, a la inversa, que nos une un auténtico respeto a la democracia y a valores republicanos diametralmente opuestos a los corporativismos que usurpan el espacio público en esta seudodictadura sindical que padecemos. Nos une la creencia en una educación plural que apunte a la esencia y la batalla histórica contra las dictaduras, las viejas fascistas y comunistas y las nuevas, populistas y corruptas. Son los valores que nos han aproximado cuando la República lo necesitó y que nos continuarán convocando a la hora de encontrar acuerdos electorales auténticos.

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Julio María Sanguinetti

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