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Viejos enemigos

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En Australia, se encontró, para sorpresa de los médicos, que pacientes enfermos de diabetes presentaban síntomas asociados con una enfermedad que se considera desaparecida: el escorbuto.

En Australia, se encontró, para sorpresa de los médicos, que pacientes enfermos de diabetes presentaban síntomas asociados con una enfermedad que se considera desaparecida: el escorbuto.

Los enfermos mostraban heridas que no se cerraban por períodos prolongados y que podían ser curadas con un simple tratamiento con vitamina C o ácido ascórbico. Al estudiar la dieta de los pacientes se comprobó que algunos comían poca o ninguna fruta o vegetales, y otros, aunque su dieta incluía esos alimentos, los cocían demasiado y, como resultado, destruían la vitamina C que contenían.

Hoy, las causas y el tratamiento de la enfermedad son bien conocidos (la sustancia química que actúa como anti-escorbútico fue identificada a principios de la década de 1930). El ser humano no sintetiza la vitamina C y requiere ingerir vegetales y las frutas crudas para conseguirla. La falta de esa vitamina produce síntomas cada vez más graves. Incluyendo dolores articulares y musculares, fatiga, fiebre, encías esponjosas, hinchadas y sangrantes y aflojamiento de los dientes, las heridas antiguas se abren y, finalmente, anemia.

Esta enfermedad era el terror de los marinos de antaño que se embarcaban en viajes que involucraban largos períodos de navegación en los que dependían de una dieta de carne salada, galleta y vino (del cual se recomendaba “un uso continuo”, especialmente el de Sanlúcar).

Los historiadores discuten sobre si la dieta a bordo de los buques de las armadas del siglo XVIII era suficiente. El hecho es que el escorbuto continuó apareciendo en los viajes prolongados y sin escalas, aún en el caso de navíos o de expediciones científicas bien planificadas.

Además, una cosa eran los buques de guerra, con recursos y una fuerte disciplina, y otra cosa los buques mercantes. Las inspecciones de sanidad que se les realizaba a los buques que fondeaban en el puerto de Montevideo a fines del siglo XVIII frecuentemente descubrían casos de escorbuto, especialmente entre los esclavos que transportaban para vender en esta ciudad (además de ser portadores de otras enfermedades contagiosas).

El primer tratamiento exitoso del escorbuto fue descubierto por el médico inglés James Lind en 1747 quien, aunque no determinó la causa de la enfermedad, comprobó que las frutas cítricas curaban la enfermedad. Desde entonces las administraciones navales se esforzaron por incluir naranjas, limones y limas entre las provisiones a bordo (además de otros alimentos y sustancias más o menos ineficaces). Una de las preocupaciones de Alejandro Malaspina, al organizar la notable expedición científica en las corbetas Descubierta y Atrevida completada en los años 1789-1794, fue asegurar la buena alimentación de las tripulaciones para evitar el escorbuto. Pero aún así, se recomendaba el “uso del té y del café, este algo flojo, creo que puede emplearse mucho, pues con el azúcar que se le agrega es un grande antiescorbútico”.

El retorno de viejos enemigos de la Humanidad, como el escorbuto y otras enfermedades mucho más graves que se pensaban casi desaparecidas, es una señal de advertencia importante. Sobre todo porque esa reaparición con frecuencia se debe a factores culturales como la alimentación inadecuada, el mal uso de los antibióticos, la falta de educación o el simple descuido.

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Juan Oribe Stemmer

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