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Las épocas políticas (I)

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La región que incluye a nuestro país tiene una historia reciente marcada por épocas que se suceden con simultánea cadencia. Todos tuvimos en los años sesenta la época de la irritación revolucionaria, lo que podría llamarse la era guevarista. El Uruguay no tenía ni motivos ni condiciones para acompañar esa marejada -el mismo Guevara en persona nos lo dijo en Montevideo- pero allá fuimos en la ola. Después vino la contra ola, la época del despotismo militar, después la restauración democrática y en los años inaugurales del siglo XXI los regímenes tipo P.T. de Lula, peronismo de Cristina y el Frente Amplio en el gobierno de Uruguay.

La región que incluye a nuestro país tiene una historia reciente marcada por épocas que se suceden con simultánea cadencia. Todos tuvimos en los años sesenta la época de la irritación revolucionaria, lo que podría llamarse la era guevarista. El Uruguay no tenía ni motivos ni condiciones para acompañar esa marejada -el mismo Guevara en persona nos lo dijo en Montevideo- pero allá fuimos en la ola. Después vino la contra ola, la época del despotismo militar, después la restauración democrática y en los años inaugurales del siglo XXI los regímenes tipo P.T. de Lula, peronismo de Cristina y el Frente Amplio en el gobierno de Uruguay.

La marcha de los pueblos tiene sus flujos y reflujos, sus idas y venidas. Al Uruguay le vendría bien pensarse a sí mismo en ese proceso (y eso haremos en este y próximos artículos). Por un lado, sopesar el cambio que significó salir de la (relativa) singularidad cultural y política que nos acunó durante las tres cuartas partes del siglo XX, para entrar (con tantas ganas) en el emparejamiento posterior cuando marchamos al unísono con lo más “latinoamericano” de los procesos de Argentina y Brasil. Por otro lado, reconocer que esa era se ha acabado definitivamente en la región (Lula y Cristina están a un paso de la celda) y en el caso del Uruguay se desliza hacia su ocaso.

Son los corsi e ricorsi de la historia de los que hablaba el renombrado Giambattista Vico. Sin meternos en honduras, navegando en la orillita llana de Wikipedia, leemos que Vico se hizo famoso por su tesis del desarrollo de la historia basándose en estas premisas: a) determinados períodos históricos tienen características similares entre sí, aunque varíen en los detalles; b) el orden de los ciclos históricos es: fuerza bruta, fuerza heroica, justicia, originalidad deslumbrante, reflexión destructiva, opulencia y despilfarro.

El esplendor de la era progresista, que llenó el horizonte regional por un tiempo, se vino abajo debilitado por la caída mundial de los precios de las materias primas y corroída localmente por la corrupción: coimas del Lava Jato, bolsos de dólares arrojados por encima del muro del convento y, en casa, el hundimiento de Pluna y el simulacro del remate de sus aviones, el agujero negro de Ancap, los negocios con Venezuela, el Fondes, y el increíble harakiri de la insistencia en un diploma inexistente y absolutamente innecesario.

Todo esto quiere decir una cosa: se acabó una era. Se ha consumido su prestigio dominante, su autosuficiencia y su poder de seducción. Para el Uruguay eso quiere decir que los tiempos políticos, antes llenos de Frente Amplio, ahora están abiertos: los tiempos están para otra cosa. Esta es la novedad política más importante del momento. La antigua página que contenía el discurso políticamente correcto, el que había que saber y repetir para ser tenido en cuenta, se va borroneando, va quedando ilegible, abierta para asentar otro texto. Hacía años que esto no pasaba.

El dirigente con olfato político es aquel que siente el olor marchito de un tiempo que se agosta. Las agonías pueden durar más o menos: todo depende de que haya alguien que sepa leer los signos de los tiempos. La ola del progresismo es definitivamente pasado en la región; en el Uruguay todo llega un poco mas tarde, pero la era frenteamplista ha entrado francamente en su cuarto menguante. Eso es seguro. ¿Qué viene después? Eso está por verse.

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Juan Martín Posadas

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