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Consigna incompleta

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Existen enunciados que por su sintética precisión pasan a convertirse en identificación política o programa de gobierno. “Que pague más el que tiene más y que pague menos el que tiene menos” se ha convertido en algo así como un sello distintivo del Frente Amplio y síntesis de su política de gobierno. Se trata de un enunciado que tiene la practicidad de lo compacto y el prestigioso respaldo de un contenido ético.

Existen enunciados que por su sintética precisión pasan a convertirse en identificación política o programa de gobierno. “Que pague más el que tiene más y que pague menos el que tiene menos” se ha convertido en algo así como un sello distintivo del Frente Amplio y síntesis de su política de gobierno. Se trata de un enunciado que tiene la practicidad de lo compacto y el prestigioso respaldo de un contenido ético.

Dicho enunciado, con todo, demanda un análisis pormenorizado con la finalidad de su mejor comprensión. Que pague más el que tiene más: muy bien, pero ¿que pague para qué? ¿Para lograr qué cosa? Hay varios caminos de respuesta. Veamos.

Puede ser para producir directamente igualdad en la sociedad. Se hace pagar más a los que tienen más para que estos tengan un mayor desembolso, lo cual, con el tiempo, llevará a que no sea tanto más lo que tienen y quedarán más cerca de los que tienen menos y así se cumplirá el objetivo de una sociedad más igualitaria, sin extremos tan separados.

Como se puede apreciar este es un programa simplemente de extracción, de igualar sacando en vez de igualar poniendo. Algunos (más de uno) se quedan por acá. Hay una respuesta más elaborada a la pregunta ¿pagar para qué? y es la que busca la igualdad social a través de la mediación del Estado en una dinámica constructiva y no meramente extractiva.

El enunciado, como vimos, habla de pagar -más o menos, según capacidad- pero no especifica pagar para qué. En esta segunda hipótesis es para que el Estado, que es el que recauda y recibe lo que se paga, pueda ofrecer servicios públicos de calidad para todos, aún para aquellos que no podrían pagarlos. Por ejemplo, que el agua potable sea de excelente calidad para todos por igual, que la ciudad esté limpia o que sea segura. O, con mayor alcance aún, que la educación pública sea excelente para todos (y habilite a todos el acceso a los trabajos mejor pagos). De este modo se iría produciendo una sociedad cada vez más igualitaria.

Pero si el Estado -que recibe dinero tanto del que tiene más como del que tiene menos- no proporciona servicios buenos (ni a los que pagan más ni a los que pagan menos) entonces no se genera ningún proceso de igualdad o de igualación en la sociedad. En realidad se produce lo contrario, porque el que tiene más se procura privadamente servicios de calidad y el que tiene menos (que pagó menos, pero igual pagó), no tiene más remedio que aguantarse con las porquerías que le ofrece el Estado y va quedando cada vez peor, cada vez más lejos del que tiene más: en este caso la sociedad no corrige sus desigualdades.

Lo que, a primera vista, parecía un enunciado encomiable y justo: “que pague más el que tiene más y que pague menos el que tiene menos”, no se sostiene ni tiene efectividad alguna si a su lado no figura un auténtico compromiso de reformar el Estado para que este ofrezca servicios decentes y de calidad.

Los tres gobiernos del Frente Amplio han prometido la reforma del Estado considerándola la madre de todas las reformas. Ninguno de los tres cumplió. Sin ese cumplimiento, aquella consigna que se ha convertido en insignia de la orientación política del Frente Amplio hacia una mayor igualdad en la sociedad se convierte en un enunciado hueco, tan falto de sustento como la licenciatura de Raúl Sendic.

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Juan Martín Posadas

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