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Con la boca abierta

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El resultado de las elecciones de Estados Unidos ha dejado a todo el mundo con la boca abierta. Hoy, con el diario del lunes a la vista, abundan los comentarios (y los macaneos).

El resultado de las elecciones de Estados Unidos ha dejado a todo el mundo con la boca abierta. Hoy, con el diario del lunes a la vista, abundan los comentarios (y los macaneos).

No podían faltar aquellos que no analizan nada porque ya saben todo desde chiquitos: Estados Unidos es un país racista y xenófobo, una sociedad degenerada que rinde pleitesía a los millonarios rapaces y todo el resto de la conocida milonga. No vale la pena ocuparse de esto.

Un aspecto interesante -e inquietante- es el de las encuestas que, una vez más, no acertaron. Como el asunto ya viene repetido (el Brexit, el plebiscito por la paz en Colombia, etc.), uno se plantea preguntas. No creo que se pueda inferir que los métodos utilizados sean defectuosos. Se me ocurre que los encuestados que responden son un tipo de ciudadano, pero hay otro, aún en sociedades muy integradas y que se consideraron homogéneas, que escapa a esos radares y de ahí las sorpresas y los errores.

Leí durante el invierno un libro de una socióloga americana de California que se puso a investigar el para ella misterioso eco que estaba recogiendo Trump. Al cabo de sus investigaciones escribió el libro y lo tituló: Strangers in their own Country. Hay una importante porción de la población de EE.UU. que es ninguneada por los grandes medios, cuya imagen es menospreciada u objeto de chanzas en el cine, los libros y las expresiones culturales reconocidas del país y que, a la vez, está ausente del análisis político y del estilo de discurso más aceptado. Es por esto mismo -agrego yo- que tanto la prensa grande como los campus universitarios y las proyecciones de los politólogos se jugaron a Hillary y le erraron como a las peras. Se comieron la existencia de media población a la que el establishment hace tiempo viene haciendo sentir como extranjeros en su propio país.

Margaret Sullivan en el Washington Post escribió el miércoles que lo que sucedió fue que los periodistas y analistas políticos tomaron a Trump literalmente y no lo tomaron en serio, mientras que la gente lo tomó en serio y no lo tomó literalmente. Observación interesante.

Otro aspecto a resaltar es el descaecimiento de los partidos políticos como base del sistema. Trump ganó sin partido o, mejor aún, en contra de su propio partido. Fenómenos similares han acaecido en Europa y en nuestra América. Los partidos políticos han dejado de ser fábrica y taller de ciudadanía como los llamaba Oliú; han perdido capacidad de representar y empiezan a ser escuchados y seguidos los hombres sin Partido: expresamente sin Partido, sin plataformas políticas, sin oratoria descollante, apoyados solamente en la promesa de gestión y en el éxito empresarial documentado y sustentado en los hechos (y en los millones).

Hay otro rubro de comentarios que recogen una inquietud más generalizada. ¿Qué va a pasar ahora? Se puede especular, se puede prender velas al santo de su devoción, pero nadie sabe nada a ciencia cierta. Trump, como Mujica, ha dicho y se ha desdicho. Nosotros acá nos sentimos lejos de Estados Unidos, pero hoy en el mundo todo está cerca. En este rincón del Plata, uno se inquieta no sólo por el rebote que puedan producir los cambios en la principal potencia económica mundial, sino porque ahora hay un cowboy con sendas pistolas nucleares atravesadas en el cinto.

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Juan Martín Posadas

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