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El asado

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La semana pasada tuvo lugar un asado en la estancia del senador Besozzi en Soriano. Pocos almuerzos han dado tanto que hablar como ese.

La semana pasada tuvo lugar un asado en la estancia del senador Besozzi en Soriano. Pocos almuerzos han dado tanto que hablar como ese.

El dueño de casa invitó al expresidente y ahora senador José Mujica junto con unos cuantos intendentes y exintendentes departamentales, varios de los cuales actualmente son legisladores. Algunos concurrieron, otros no aparecieron. Tanto los que fueron como los que faltaron ofrecieron explicaciones ante los medios, ya sea de su presencia, los que fueron, como de su ausencia, los que faltaron. Algunas explicaciones sonaron un poco infantiles (literalmente) y otras un poco más elaboradas.

Este episodio gastronómico-político -y sus posteriores repercusiones- me resultó motivo suficiente para que evocase una anécdota sobre don Carlos Solé que le escuché a mi amigo Abella. Walter Abella es conocido -conocidísimo- como El Serrano y es periodista de toda la vida, actualmente en La Voz de Melo, con su audición La Hora del Campo.

Además, el Serrano, es amigo mío: amigo de verdad. Dicen que los ingleses consideran que para poder llamarse amigo de alguien hay que haber comido juntos por lo menos tres libras de sal. Eso quiere decir muchas cenas o almuerzos mano a mano. El Serrano dice que él y yo hemos comido juntos varios quilómetros de chorizos. Es la pura verdad. Siempre en casa de él, agrego, para ser justo.

Y Carlos Solé -cuyo nombre y memoria para los lectores de hoy quizás estén algo desvanecidos en el tiempo- era un fenomenal relator de fútbol. Transmitía los partidos de tal forma que los hacía vivir. Eran los tiempos en que no había televisión. Solé era un mito, famoso y respetado. Por algo los tupas, como acto tan simbólico como el robo de las libras de Mailhos, cortaron un día la transmisión de un internacional que relataba Solé.

El caso es que Solé -según me contó mi amigo el Serrano- decía: “yo no como asados ni con jueces ni con jugadores”. ¡Un maestro! Era un periodista que cuidaba su independencia como su mayor tesoro. Su mayor tesoro y su mayor responsabilidad. ¡Para poder bajarle la caña a quien fuera! Y que no hubiese sospechas.

Juntarse con los poderosos y los famosos tiene su atractivo. Mucho atractivo. Para algunos será una pequeña inversión que eventualmente pueda traer algún rédito. Para otros será vanidad (que no es un pecado propio de la mujer, como generalmente se cree).

El hecho es que el asado allá en la estancia terminó siendo un evento político. Era imposible que terminase de otra manera. Y terminó siendo un evento político capitalizado por Mujica. También era imposible que terminase de otra manera.

Mujica, especialmente diestro en el manejo de los escenarios y de la escena en general, capitalizó sin mayor esfuerzo la imagen de ese encuentro y le dio, como sonseando, el significado político que tuvo. Él hizo todos los goles del evento: los hizo de cabeza, de taquito, de mondonguillo y hasta de ramboullé, como dice Kesman. Los otros solo se hicieron goles en contra.

En resumen: está muy bien y es positivo tener intercambios civilizados con todos en la política, tanto con los aliados como con los adversarios. Pero sin olvidar que la política se juega también en el campo de lo simbólico. Por eso, si querés hablar algo con Mujica, yo diría que lo más recomendable es la conferencia telefónica.

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Juan Martín Posadas

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