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Razón y prejuicio

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¿Por qué no mejora la educación uruguaya? De la respuesta a esta pregunta depende en gran medida el desarrollo de nuestro país.

¿Por qué no mejora la educación uruguaya? De la respuesta a esta pregunta depende en gran medida el desarrollo de nuestro país.

En el corto plazo podemos estimular inversiones con beneficios fiscales y mejoras de infraestructura. Pero no todas las inversiones son iguales. Las inversiones de mayor impacto para el desarrollo son aquellas que producen bienes y servicios con mayor contenido de conocimiento y tecnología.

Estas inversiones demandan primordialmente destrezas humanas. Técnicos, profesionales y gerentes con alta formación, manejo de idiomas, espíritu emprendedor, aptitudes creativas, disposición al aprendizaje, capacidad para el trabajo multidisciplinario entre otras destrezas “duras” o “blandas” que necesitan las empresas para competir en la sociedad del conocimiento.

Aquellas sociedades que no sean capaces de cultivar estas destrezas deberán competir por fracciones cada vez menores de riqueza derivadas de los recursos naturales o de la producción en masa de bienes o servicios de escasa diferenciación. Dado que la producción de bienes y servicios requerirá cada vez menos personas debido a la automatización y a la inteligencia artificial, los países que no se modernicen solo podrán competir ofreciendo sueldos cada vez más bajos.

Más allá de los aspectos económicos la democracia requiere una ciudadanía informada y cultivada. En una democracia la ciudadanía debe decidir las grandes cuestiones y debe elegir a sus líderes. Para lo primero los ciudadanos deben ser capaces de comprender y evaluar argumentos sobre cuestiones complejas (legalización de la droga, aborto, tratados de libre comercio, cambio climático). Para lo segundo deben poder excluir candidatos incapaces, corruptos o demagogos. La ignorancia es la peor enemiga de la democracia.

Por estas razones es que esta pregunta es crítica para nuestro futuro. ¿Por qué no mejora la educación uruguaya? Los recursos económicos han aumentado apreciablemente (según el actual subsecretario de Economía aumentaron más del doble en los últimos años). Los gobernantes le dedican su atención (“Educación, educación, educación” son las palabras más recordadas en la asunción del presidente Mujica). La sociedad ha puesto a la educación entre sus temas de mayor preocupación como se ve en encuestas y en el esfuerzo de miles de familias de escasos recursos por pagar educación privada para sus hijos. Se han ejecutado proyectos costosos y complejos en gran escala como la entrega de computadoras a todos los alumnos.

A pesar de estas inversiones continuadas, sostenido interés político y ciudadano, y despliegue tecnológico inédito para nuestro país, la educación uruguaya ha empeorado. Países más pobres que nosotros como Vietnam logran mejores resultados y la brecha con países como Corea del Sur, Finlandia o Singapur se ha ampliado tanto que es dudoso que podamos alcanzarlos ni aun en varias generaciones.

Es crucial comprender las razones de nuestro fracaso para poder mejorar. Rediseñar la organización de los liceos, potenciar la capacitación docente, sincronizar mejor las prácticas pedagógicas con la tecnología del Plan Ceibal, flexibilizar los planes de estudios, crear más liceos de tiempo completo, asignar a los mejores docentes para que enseñen a los alumnos con más necesidades, son iniciativas valiosas, comprobadas internacionalmente y académicamente poco controversiales.

Pero la razón de fondo en nuestros problemas educativos es que los ciudadanos hemos permitido que la ideología predomine sobre la razón. Hemos permitido que los prejuicios se impongan al conocimiento científico. Hemos permitido que la disciplina tribal sustituya a la ponderación razonada de argumentos. En la era del conocimiento ningún país puede progresar si el método científico y la comparación de argumentos queda subordinada a axiomas y doctrinas incuestionados e incuestionables.

La modernidad ya no se puede comprender desde las categorías de “derecha” e “izquierda”. Algunas escuelas de países comunistas como Cu-ba, China o Vietnam tienen resultados educativos comparables a las polacas, checas o estonias y utilizan las mismas técnicas y modelos. ¿Por qué en nuestro país el Estado financia la atención de pacientes en hospitales privados como política oficial, pero financiar la escolaridad de alumnos pobres en escuelas privadas es anatema? ¿Por qué contratar guarderías privadas para enseñar a niños de programas del Mides es política oficial pero es condenable que esos mismo niños unos años después concurran al liceo Impulso?

En los sistemas de pensamiento dogmáticos estas incoherencias son inevitables porque no se evalúa la iniciativa sino sus autores. Si sus autores son parte de la tribu dominante, la iniciativa debe ser apoyada aunque sea intelectualmente indiferenciable de otra que debemos rechazar porque sus autores son políticamente incorrectos. De este modelo de pensamiento es que surgen los que dudan del cambio climático o de las vacunas. No son escépticos porque duden de la evidencia científica que les presentan; la evidencia es irrelevante para el pensador dogmático. Son escépticos porque estas ideas no son compatibles con su visión del mundo. Si el mercado es infalible entonces el cambio climático se autocorregirá. En el otro extremo, si el Estado es infalible, las escuelas y liceos deben permanecer incambiados como verdades reveladas. Para los pensadores dogmáticos la inviolabilidad de sus certezas es la consideración primaria. Si miles de alumnos y de docentes son irreversiblemente perjudicados representan “un daño colateral” inevitable para preservar la estabilidad del sistema de pensamiento que brinda coherencia abstracta a un mundo complejo y cambiante.

Es en este marco intelectualmente incoherente que debemos entender nuestra dificultad en mejorar la educación. Una dificultad que no será solucionada con más dinero ni más computadoras. La carencia principal es de honestidad intelectual y eso es lo que debemos corregir.

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Jorge Grünberg

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