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Un cierto respiro

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No será fácil construir escenarios de corto plazo para los meses que vienen. La presidencia de Trump probablemente insinúe transformaciones más significativas de las que probablemente ocurran. Sin embargo, más por la necesidad de alcanzar condiciones de equilibrio mundial más estables que por la visión del nuevo presidente, habría que pronosticar cambios de cierta significación que abarquen la economía, la política y la sociedad global.

No será fácil construir escenarios de corto plazo para los meses que vienen. La presidencia de Trump probablemente insinúe transformaciones más significativas de las que probablemente ocurran. Sin embargo, más por la necesidad de alcanzar condiciones de equilibrio mundial más estables que por la visión del nuevo presidente, habría que pronosticar cambios de cierta significación que abarquen la economía, la política y la sociedad global.

Ya resultan urgentes las necesidades de superar la crisis económica de los países más prósperos, crisis que ya va cumpliendo una década. Desde el inicio del siglo por lo menos, la globalización ha vaciado a los países de la OCDE de la actividad manufacturera, reduciendo la principal fuente de empleo e ingresos de la población especialmente europea. Más recientemente, la inestabilidad en Medio Oriente, las migraciones y los conflictos armados, de a poco se van acercando a límites críticos. Las cosas ya no se arreglan con la Cruz Roja ni con el Consejo de Seguridad ni con la intervención de líderes religiosos. Como sucede siempre, cuando no se encuentran las soluciones por el camino conocido se van buscando las nuevas maneras, y desde hace años que el mundo busca las nuevas maneras.

En ese contexto, nuestro país también se encuentra cada vez más a contrapelo en nuestra región latinoamericana y especialmente en el más estrecho ámbito del Mercosur. Para un pequeño país -así lo juzgan nuestros gobernantes más sensatos- es esencial tener condiciones para producir bienes y servicios exportables y, especialmente, que amplias capas de la población sean capaces de insertarse en cadenas de exportación. Después de la década pasada, nos dimos cuenta que la riqueza del país depende más que de ningún otro factor de las exportaciones y que estas deben combinar una mayor proporción de bienes y servicios producidos en condiciones de mayor productividad. No nos arreglamos estratégicamente. A veces nos va bien con China, otras veces con Rusia, también con EE.UU. o con Europa o con Brasil y Argentina. Pero son siempre inciertas las oportunidades. Muchos años después que los países con mayor capacidad comercial, en nuestro caso estamos descubriendo las ventajas del comercio a pesar de que internamente lo discutimos como en el año cero.

Pese a las dificultades, en forma más generalizada se van reconociendo síntomas de recuperación económica. Bajó la inflación -aunque sigue siendo muy alta- creció marginalmente el PIB, dejó de subir el desempleo, y dejaron de caer las exportaciones. Lo que también deberá llamar la atención es que la recuperación que debemos prever no será tan acelerada como lo fue en la década pasada. Dos factores principales van a intervenir. Por un lado los precios de exportación subirán en forma más moderada y por otra parte no se repetirán las tasas de interés cercanas a cero que facilitaron una muy activa inversión extranjera. En otras palabras, mayores costos de inversión y menores remuneraciones salariales y empresariales.

Salvo que se ahorre mucho más, que se modere el consumo y que se active la innovación, en los próximos años podríamos tener una economía que se comporte en forma parecida a los años ‘90. Eso significaría más desempleo y menos salarios como tuvimos en aquel momento.

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Joaquín Secco García

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