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Sin lugar para el optimismo

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En estas semanas hemos estado recibiendo buenas noticias de la marcha de la economía. Entre otras, el PIB creció 1,5% durante 2016 cuando se había pronosticado un 1%, después de años; la inflación se situó dentro del rango programado por el BCU; se mantuvo el crecimiento del salario real, el del empleo y mejoraron las cifras del comercio exterior.

En estas semanas hemos estado recibiendo buenas noticias de la marcha de la economía. Entre otras, el PIB creció 1,5% durante 2016 cuando se había pronosticado un 1%, después de años; la inflación se situó dentro del rango programado por el BCU; se mantuvo el crecimiento del salario real, el del empleo y mejoraron las cifras del comercio exterior.

Sin embargo, persisten otras cifras que siguen sin mejorar o que han empeorado. Entre las principales y que amenazan el futuro de la economía y la capacidad para seguir creciendo y especialmente para apuntalar el cambio estructural y la estabilidad del mejoramiento del bienestar, habría que mencionar los indicadores de competitividad de la economía.

Uruguay está calificado co-mo el país más caro de Sudamérica y esta característica se ha venido agravando aun cuando se atraviesa una fase complicada en términos de acceso a mercados.

La necesidad de equilibrar las cuentas fiscales, especialmente por el riesgo de caer en default, ha venido aumentando la carga impositiva. Los impuestos que se había comprometido a no ser aumentados y las tarifas desproporcionadas de la energía especialmente explican el ascenso de la recaudación fiscal. Ambas cargas -impuestos más costos energéticos- se difunden a lo largo de todas las transacciones pesando fuertemente sobre el “costo país” y ahogando el crecimiento de la industria y el agro.

A pesar de estos costos desalineados con aquellos que mantienen países que compiten con nuestras producciones, el PIB creció un medio por ciento por encima de los pronósticos. Pero ese crecimiento se debió especialmente a factores casuales. Especialmente por el clima lluvioso y por el atraso cambiario de Argentina y Brasil que fue mayor el nuestro y explica en gran medida el crecimiento del turismo. Hablando de atraso cambiario, también podemos explicar en gran medida la caída de la inflación por el atraso cambiario y la reducción de los costos de bienes y servicios transables. Asimismo, hablando de cargas fiscales, tarifas y pérdida de competitividad, hay que recordar que todavía queda la rendición de cuentas.

En síntesis, bastante alegría por algunos indicadores económicos recientes, pero probablemente el panorama que se va conformando hacia adelante no es de un optimismo exuberante. Tuvimos una década dorada, explicada principalmente por factores externos, pero una vez aplacados los vientos de cola, volvemos a nuestros vicios históricos. No aprovechamos la oportunidad. No es creciendo al 1.5%, con inflación del 7% y siendo el país más caro de la región, que estaremos en condiciones de encaminar un desarrollo sostenible e innovador.

Ni el sector industrial ni el sector agropecuario están creciendo. Ambos sectores son la principal expresión de la producción de bienes transables que se ven fuertemente desfavorecidos por las políticas públicas que apuestan a un sector público ineficiente y desactualizado. Ni el turismo creció porque hubiera invertido, sino que lo hizo empleando capacidad instalada que estaba ociosa.

La ansiosa búsqueda de la segunda planta de UPM no es la expresión de un camino de desarrollo. Tenemos un millón de trabajadores en el campo, en la construcción, en los empleos públicos de muy baja calificación y productividad. El sistema de incentivos a que han estado expuestos no les asegura ingresos salariales razonables. El país evita pensar el largo plazo y termina siendo rehén de trabajadores privilegiados.

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Joaquín Secco García

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