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El camino del subdesarrollo

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Es difícil dejar de lado la desilusión por el desaprovechamiento de las excepcionales oportunidades que se nos regalaron desde el mercado mundial hacia los sectores competitivos exportables durante la década que se extinguió recientemente. Es un circuito que el país ha recorrido repetidas veces y que como nación no hemos sabido gestionar a favor nuestro.

Es difícil dejar de lado la desilusión por el desaprovechamiento de las excepcionales oportunidades que se nos regalaron desde el mercado mundial hacia los sectores competitivos exportables durante la década que se extinguió recientemente. Es un circuito que el país ha recorrido repetidas veces y que como nación no hemos sabido gestionar a favor nuestro.

Invitamos a los finlandeses, a los argentinos, a los neozelandeses, a los norteamericanos, a los chinos y a muchos otros -hasta a los venezolanos- a que vinieran a hacer pingües negocios, que no estuvieron al alcance de los empresarios nacionales a quienes se les ofreció un contexto severo y efímero sin exoneraciones fiscales ni zonas francas y con cargas fiscales en permanente crecimiento. Un contexto no competitivo, situación que se fue acentuando a medida que las condiciones externas empeoraban. Nos quedamos con los peores negocios. O mejor dicho se castigó a los negocios nacionales de pequeña o mediana escala.

En cambio prosperaron los negocios de mayor escala, especialmente aquellos protegidos por la innovación, la tecnología, la capacidad empresarial, el capital humano. En definitiva, por una gran capacidad competitiva.

A propósito, hace unos días, un amigo me mandaba un mail que decía: Merino of New Zealand desarrolló productos de altísima calidad para deportes de invierno. En NZ la educación es excelente, la productividad del trabajo alta, el combustible lo importan refinado, las carreteras son autopistas, el estado es chico y cuando los precios de lo que exportan baja entran menos dólares y la moneda se devalúa. Eso es posible porque la inflación y el déficit fiscal son bajos. Por el contrario, entre nosotros, después de 70 años de actividad, Fumaya cerró la actividad industrial.

Cada país es un caso particular. Pero es probable que los países que mejor combinan el crecimiento de la riqueza con el bienestar de los ciudadanos, se caractericen porque el gasto público crece permanentemente. Un estado bien gestionado es capaz de ofrecer servicios ciudadanos de mayor calidad, más diversificados y sin derroche. En esas condiciones se hará posible tener los mismos márgenes de eficiencia que el sector privado, de manera que no se hace necesario privatizar.

Nosotros tomamos solamente una parte del mandato. Elevamos permanentemente el gasto del estado, en lugar de manejarse en forma eficiente, se multiplica la burocracia y el despilfarro y el resultado final es más inflación, más déficit, menor competitividad y menor y peor empleo. Basta observar la historia de nuestros países del continente. Es también asombroso que se sigan repitiendo las recetas del populismo gobernante y los resultados son peores cada día. Basta mirar a los vecinos.

El problema es que se nos recomienda la soberanía y el patriotismo, pero se trata mejor a las empresas extranjeras que a las nacionales e inclusive peor a las nacionales más débiles, con menor acceso a los círculos de decisión. El campo y la industria están atravesando un período de cierre de empresas y de deterioro de la calidad del empleo. No hay políticas de estado para resolver los problemas de cada empresa que cierra. Solamente alcanza para los más politizados y mejor organizados.

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Joaquín Secco García

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