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Cambio de letras y letros

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Es más fácil de lo imaginable transformar un tema serio en una ridiculez antológica.

Es más fácil de lo imaginable transformar un tema serio en una ridiculez antológica.

No hay política más machista que desacreditar la discusión sobre las políticas de género promoviendo tonterías que no son más que cáscara que deslegitima el corazón de lo que se debe discutir, produciendo retrocesos. Y eso es lo que surge de algunos ámbitos que dicen promover derechos y terminan siendo funcionales a la desigualdad. Tanta “corrección política” superficial, de hojarasca, genera rechazo y termina transformando en burla lo que no merece que así sea.

Esta semana la Defensoría del Vecino de Montevideo anunció que la Junta Departamental cambiaría su nombre (vecino y vecina) para adaptarlo a un lenguaje “no sexista e inclusivo”. Es decir, que si la Junta tiene tiempo y la Defensoría del Vecino y la Vecina le parece bien, podríamos ser más inclusivos aún. Podría ser del/la niño/a y del/la adulto/a; del/la vidente/a y del/la no vidente/a; del/la blanco/a, del/la afrodescendiente/a; del citadino/a y del rural/o; Del vecino/a inmigrante/a y del vecino/a nativo/a. A gusto del consumidor. ¿En una letra cabe la diversidad? Eso no es inclusión, es discurso tribunero.

La tontería de creer que la discriminación y la inclusión se resuelven con cambios de letras es preocupante. Terminamos frivolizando lo importante.

En Uruguay hay discriminaciones muy profundas y de las cuales el abecedario no se hace cargo, y mucho menos el gobierno del FA, que está más preocupado por “todos y todas” y revoluciones lingüísticas, que porque todos los uruguayos tengan los mismos derechos de verdad.

En Salto, por ejemplo, podían haberse detenido a discutir si se necesitaba un o una IMAE, pero los salteños se morirían por igual, hombres y mujeres, si lo hubieran hecho. La discriminación que el FA no enfrenta es la de repartir el poder y el dinero equitativamente entre el interior y Montevideo y terminar con la postergación y la no inclusión por razón geográfica, una de las discriminaciones más grandes de nuestro país. Claro, es más barata la idiotez de una letra que soltar los piolines de la bolsa.

Discriminados están los más pobres que en la mayor abundancia económica, el FA les dio una educación de segunda o tercera que produjo deserción, repetición y abandono del sistema, cuando no “pases sociales” para camuflar el fracaso y postergar el problema. El que más tiene mejor se educa, y trabajará luego, y mejor vivirá, mientras el 80% que quedó discriminado se educará peor, trabajará peor, ganará menos y reproducirá marginalidad. Escuelas y escuelos, liceos y liceas, están en la lona mientras presencian superficialidades. En un lenguaje de infraestructura “inclusiva y no sexista”, podríamos reivindicar la necesidad de terminar con la discriminación en esta materia y pedir que hagan carreteras y carreteros, puentes y puentas, y de una vez anden los trenes y las trenas.

Qué fácil es esconder lo importante y hacer de la revolución de la letra un ejercicio de “gatopardismo” clásico, cambiando algo, bien poco, una letra, para no ocuparse de las discriminaciones de fondo, las que dividen y discriminan a los uruguayos de cualquier género en el acceso a la educación, a la salud y a servicios básicos. Es la tontería idiomática que parece haber contagiado a una parte de nosotros. La impulsan quienes se dicen progresistas/os. Y a esta altura, es ridículo/a.

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Javier García

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