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Viejos errores

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Allá por el 92 el gobierno del Dr. Lacalle resolvió dejar de convocar a los Consejos de Salarios hasta nuevo aviso (no, no fue idea mía. Lo propuso Álvaro Carbone, entonces Ministro de Trabajo). ¿Razones? Habíamos heredado una economía con fuerte indexación, que entorpecía la lucha contra la inflación y los esfuerzos por mejorar la competitividad y los niveles de empleo.

Allá por el 92 el gobierno del Dr. Lacalle resolvió dejar de convocar a los Consejos de Salarios hasta nuevo aviso (no, no fue idea mía. Lo propuso Álvaro Carbone, entonces Ministro de Trabajo). ¿Razones? Habíamos heredado una economía con fuerte indexación, que entorpecía la lucha contra la inflación y los esfuerzos por mejorar la competitividad y los niveles de empleo.

Abundaron los reclamos y los presagios de catástrofe, como era de suponer y -también previsible- nada de lo anunciado ocurrió. Por el contrario, la inflación no paró de bajar, ni el empleo de subir y, contrariamente al relato “oficial” de nuestra historia, mejoraron tanto el salario real, como el ingreso de los hogares. Ah, también es mentira que dejaron de haber negociaciones salariales y que a los trabajadores les embutieron sueldos de hambre, (¡el entonces candidato Vázquez llegó a afirmar que la gente comía pasto!). Nunca dejaron de haber negociaciones, sólo que no con el formato de los Consejos de Salarios.

Tan mala no fue la cosa, porque los dos gobiernos siguientes mantuvieron (calladitos), la misma política.

Cuando el Frente llegó al poder, una de sus primeras medidas fue reimplantar el sistema. El Frente atribuyó la caída del salario real al abandono de los Consejos, dentro -por supuesto- de toda “una política que dejó la economía al arbitrio del mercado e hizo del salario la única variable de ajuste”. Por supuesto. Sólo que omitieron mencionar la colosal crisis que padecíamos a partir del 2001, cuyas causas vinieron de afuera, ajenas a las políticas del gobierno de turno y que provocaron una caída de prácticamente todos los precios de la economía, no sólo del salario.

Así, volvieron los Consejos de Salarios a partir del 2005, acompañados de loas y comparaciones laudatorias con el pasado que, a decir verdad, se ambientaban bien con el marcado incremento de los salarios.

Sólo que tampoco la mejoría salarial tenía su explicación última en el mecanismo: al igual que su caída precedente, el repunte lo permitía la expansión del ciclo económico, (comenzada ya a finales del gobierno Batlle) y así se fue generando en la izquierda la convicción de que, también en esto, eran los únicos virtuosos. Únicos y primeros, porque siempre han tenido lo que el Dr. Lacalle (P) llama “complejo creacionista”.

Pero, hete aquí, que hace un par de años, la música empezó a cambiar y ahora hasta la letra del gobierno es otra. Primero trataron de inventar “pautas” muchas veces esotéricas y de imponerlas (generando recuerdos pachequistas), con escaso resultado para llegar a donde están ahora, que es, directamente, intentar torcer el funcionamiento de los Consejos de Salarios, ante el malestar de las dirigencias sindicales.

Como en el ’92 (y tantas veces antes) con una economía en retroceso, la indexación salarial opera como palanca en favor de la inflación, la caída de la competitividad y el crecimiento del desempleo., (que ya ha pegado un marcado repunte).

Con algo menos de “creacionismo” y más de humildad, podrían haber escuchado a quienes les señalaron que el país ya había hecho la experiencia de los Consejos de Salarios y aprendido que, salvo en períodos de expansión, sus efectos son perversos para la economía y por ende para el trabajador.

Porque el sistema tiene demasiadas rigideces. Para empezar la negociación no ocurre en función de una decisión libre de las partes, ni tampoco en función de la realidad, sino que es gatillada por el gobierno y, lógicamente, cada vez que ocurra, los representantes sindicales estarán constreñidos a reclamar más.

A eso se suma el mecanismo de negociar por rama y no por empresa, lo que aleja aún más de la realidad a muchos participantes; con frecuencia arrastrando a algunos a severos ajustes por cantidad (empleo), cuando no a la quiebra directa.

Si a todo eso se suma una fuerte politización del aparato sindical, el mecanismo muestra su mayor defecto (que es, a la vez, el motivo central por el cual los sindicatos lo defienden a muerte): al negociarse por ramas de actividad, bajo una cúpula sindical y en forma tripartita, la central se torna en un actor de enorme poder en el juego político del país. Esa es la razón por la cual el Pit-Cnt siempre se negó a la negociación por empresa. No porque vaya a resultar perjudicial para los trabajadores, sino simple y obviamente porque perdería poder.

En fin, hemos vuelto a repetir un viejo error. Vamos camino a empantanarnos, como ya nos ha ocurrido otras veces. Qué hará el gobierno? Hablar, (sobre este punto el discurso del presidente el pasado 1º de Marzo tuvo ribetes neoliberales). Pero sospecho que no pasarán de ahí y balconeará el ajuste por empleo -que siempre perjudica más a los sectores no sindicalizados- en la esperanza de que la arruga no crezca demasiado y puedan correrla para que impacte en el siguiente gobierno.

El tema es que falta mucho para eso y la cosa va poniéndose cada vez peor, aquí y en el barrio. El discurso edulcorado sólo está sirviendo para que los dirigentes sindicales lo usen contra el gobierno, que les pide cosas de otra película.

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Ignacio De Posadas

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