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Día de la Familia

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Fue una de varias movidas hechas por el viejo batllismo, a principios del siglo pasado, en su lucha para eliminar al catolicismo, (o quizás sólo a la Iglesia), de la conciencia social y de la cultura nacional: decretar que el 25 de diciembre sería el Día de la Familia.

Fue una de varias movidas hechas por el viejo batllismo, a principios del siglo pasado, en su lucha para eliminar al catolicismo, (o quizás sólo a la Iglesia), de la conciencia social y de la cultura nacional: decretar que el 25 de diciembre sería el Día de la Familia.

Pero el invento de cambiar el nombre no tuvo mucho éxito: a diferencia de algunas otras iniciativas, como el haber tratado de mutar la Semana Santa en semana de Turismo, aquélla no tuvo mucho éxito: el 25 de diciembre sigue siendo el día de Navidad, (aunque su contenido vaya por otros derroteros que los que dan sentido al nombre).

Todo eso ocurrió hace mucho tiempo y no tiene sentido, ni es mi intención, revivir viejas peleas, pero no estaría mal reflexionar un poco sobre nuestra realidad actual.

Más allá de lo que, en concreto, persiguieran sus inventores, la iniciativa de tapar el recuerdo de la Navidad no parece haber producido mayores beneficios para la sociedad oriental, (como tampoco lo hará el más reciente rebrote de aquella mentalidad, creando por ley el día de la laicidad). y en cuanto a la familia, ojalá que el cambio de nombre hubiera, por lo menos, contribuido a fortalecer esa institución, que la Constitución llama “base de nuestra sociedad”, pero que el envión laicista, acelerado luego por el relativismo, terminó desdibujando y empequeñeciendo, al igual que a otros valores y a la propia dimensión trascendente del Hombre.

Por eso, no estaría nada mal aprovechar estas fechas para reflexionar un poco: quizás podríamos proponernos, todos, (los que tratan de creer, los que tratan de no creer y aun los que tratan de no dejar creer), encontrarnos en la familia, como terreno común y allí empezar por profundizar en su sentido y en las cosas que requiere para conservarse y crecer, volviendo a ser base de nuestra sociedad, (depositaria de los valores más fundamentales)

Si esto hiciéramos, rápidamente concluiríamos que todo se resume en una sola cosa: amor. Sin eso no pueden darse los vínculos que unen a padres, hijos y hermanos, con sus notas de afecto, paz, seguridad y alegría.

Entonces, avanzando por el camino de reconocer y proclamar estos valores básicos, seguramente no será difícil llegar a apreciar todo lo que sirva para engendrar y mantener aquello que produce el núcleo fundamental para el desarrollo de la persona y la fortaleza de la sociedad.

¿Qué otra cosa es la Navidad?

No se precisa ser creyente para reconocer que el sentido y el mensaje de la Navidad es algo fenomenal, positivo, que no amenaza a nadie: Dios que viene a buscar a los hombres que le han dado la espalda, que lo han olvidado. A todos los hombres, no sólo (ni primordialmente), a los creyentes y tampoco desde la autoridad, si no desde el amor y para ello elige encarnarse en la institución que es amor por esencia: la familia.

Navidad, día de la familia: de la familia elegida por Dios para llamar a los hombres a que lo imiten en el camino del amor. Como dije, no se precisa ser creyente para apreciar el sentido y el valor del mensaje. Como tampoco se precisa empezar por el camino de creer para llegar hasta Cristo y a la Navidad. El evangelista San Juan lo dice clarito, en su Primer Carta: “…el amor procede de Dios y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”, “… porque Dios es amor”. No es liturgia. Ni siquiera fe. De alguna manera, la fe es búsqueda. El éxito y fin de esa búsqueda es el amor.

El Dios de la Navidad no es un conquistador que viene a imponerse por la fuerza. Es un niño pobre, que nace en un una familia humilde, en un pueblito simple, de un rincón perdido del mundo. Nada más lejano del avasallamiento. Nada más encarnado en el amor a los hombres.

Entonces, feliz día de la familia, para todas las familias que busquen su sentido y su fuerza por el mismo camino que la familia de Belén: el camino del amor. Por encima de las durezas de la vida, buscando que nos lleve a la fuente y origen de la creación, prueba máxima del amor de Dios.

Encontrémonos entonces en el terreno del amor familiar, abriendo las puertas a todos quienes quieran compartirlo. Sin sectarismos, fruto del rencor o del miedo.

Nuestra sociedad padece una severa pérdida de valores, que afectan su seguridad, su convivencia, la educación de sus hijos, el gobierno y todo aquello que hace al desarrollo pleno del Hombre.

Si somos conscientes de eso, no podemos pararnos a agitar fantasmas del pasado, temiendo hegemonías inexistentes, ni a amputar expresiones genuinas y probadas que encarnan y postulan esos valores que nos están faltando.

¡Muy Feliz Navidad para todas las familias orientales!

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Ignacio De Posadas

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