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Sin conservación no hay futuro

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Por qué sigue siendo tan difícil convencer a la sociedad de que nuestra calidad de vida depende totalmente de los servicios ambientales que nos entregan los ecosistemas locales, regionales y mundiales?

Por qué sigue siendo tan difícil convencer a la sociedad de que nuestra calidad de vida depende totalmente de los servicios ambientales que nos entregan los ecosistemas locales, regionales y mundiales?

La calidad y disponibilidad del agua, la pureza del aire, los alimentos, las condiciones meteorológicas y ambientales que nos rodean, la ausencia de numerosas plagas y enfermedades, son algunas consecuencias muy obvias de nuestra pertenencia y dependencia de los ecosistemas.

Pero para la mayoría de las personas eso es tan claro. ¿Cuántos aceptamos con naturalidad nuestra condición de ser una de las tantas especies que conforman la biodiversidad de la Tierra?

Demasiado ego pervive en la humanidad.

También quizás incida la notoria supremacía numérica de habitantes citadinos sobre los que viven en el medio rural, lo cual tiende a acostumbrarnos a desarrollar una percepción equivocada y simplista de nuestra dependencia de los ciclos naturales, de la interacción de las especies vivientes y del propio sustrato inorgánico del planeta.

Vivir en un ecosistema mayormente construido por el ser humano tiende a presentarnos un espejismo, porque en realidad todo lo que usamos y aprovechamos en el diario vivir proviene de ecosistemas alejados, mucho menos modificados, que aún conservan la capacidad de ofrecernos los servicios ambientales que aseguran nuestra supervivencia.

El resultado es una miopía responsable de que con mucha naturalidad degrademos y transformemos nuestros ecosistemas con injustificado descuido.

Somos los grandes transformadores del planeta, tanto por el crecimiento poblacional como por capacidad tecnológica.

Pero a la hora de actuar nuestros conocimientos e intereses no pueden desconocer el sentido común y el raciocinio, porque menoscaba nuestra inteligencia.

Vivimos en un planeta que nos plantea problemas difíciles de solucionar. El cambio climático y la degradación paulatina de la diversidad biológica (ecosistemas, especies y genes) ameritan tomar decisiones valientes, especialmente porque incluyen cambios de conducta y de paradigmas de desarrollo. La conducta del despilfarro contradice toda lógica. Los modelos de desarrollo insustentables -como están planteados la mayoría de los actuales- sabemos que conducen a estrepitosos fracasos.

También comprendemos que para rectificar el rumbo ya no alcanza solo con las decisiones de los gobernantes locales, nacionales y mundiales.

Necesitamos además de la activa participación de la sociedad civil; de las comunidades que son los verdaderos actores de la construcción de la realidad. De su nivel de empoderamiento dependerá el éxito que alcance esta gran cruzada del siglo XXI.

Por eso se ha tornado esencial la comunicación y la educación en estos temas.

La piedra angular para promover esta transforma-ción de conciencia es demostrar y convencer que sin lo-grar la conservación de la biodiversidad resultará imposible alcanzar modelos de desarrollo sostenibles; lo que equivale a resignar grandes éxitos en la lucha contra la pobreza, en elevar la calidad de vida de los pueblos, en la mitigación y adaptación al cambio climático.

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Hernán Sorhuet Gelós

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