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La batalla contra el estatismo

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El estatismo es una de las características más arraigadas en la cultura uruguaya, amén de la bipolaridad que muchas veces se expresa sobre el rol concreto del Estado. Muchas personas no parecen percibir la contradicción entre los constantes problemas de la Administración pública y cobijar, al mismo tiempo, la esperanza de que las soluciones puedan provenir del mismo causante del problema.

El estatismo es una de las características más arraigadas en la cultura uruguaya, amén de la bipolaridad que muchas veces se expresa sobre el rol concreto del Estado. Muchas personas no parecen percibir la contradicción entre los constantes problemas de la Administración pública y cobijar, al mismo tiempo, la esperanza de que las soluciones puedan provenir del mismo causante del problema.

Nuestro estatismo comienza a desarrollarse en la década del setenta del siglo XIX, y se va convirtiendo gradualmente en un rasgo identitario del país. Es cierto que adquiere un estatus cuasi sacrosanto a partir del primer batllismo, pero comienza casi tres décadas antes cuando el liberalismo es derrotado en el golpe de Estado de 1875. Nuestras primeras leyes proteccionistas son de 1875 y 1888, y la creación de las primeras empresas públicas también son del último cuarto del siglo XIX, entre las que se destaca la creación del Banco República.

En la primera mitad siglo XX el dirigismo económico no conoció retroceso, pero en la segunda mitad comenzó a replegarse, en forma amortiguada, siguiendo la incontrovertible tesis de Real de Azúa. En comparación con el Uruguay de Maracaná, innegablemente somos un país más abierto y con menor intromisión del Estado en la vida de las personas, pero ese avance fue mucho más tímido del que tuvieron los países que lograron desarrollarse y, para peor, en los últimos años ha mostrado retrocesos.

Para nuestro nivel de ingresos tenemos un Estado excesivamente costoso e ineficiente. El argumento que suele oponerse a esta aseveración es que los países escandinavos, verbigracia, se han desarrollado no sólo a pesar de Estados grandes y cuantiosos impuestos, sino incluso, gracias a ellos. Quienes sostienen esto tienen los folletines atrasados.

En primer lugar, porque los países escandinavos tuvieron Estados grandes luego de haber aumentado su riqueza, vale decir, pretender crecer aumentado el Estado es poner la carreta delante de los bueyes. En segundo lugar, porque desconocer las reformas promercado que ha llevado adelante Suecia, por ejemplo, que lo ubica entre los países con mayor libertad económica del mundo en todos los índices disponibles. Y en tercer lugar, porque ignoran que gastan bien, no como en nuestro país donde se derrochan recursos a la marchanta en forma lastimosa y gravosa para los uruguayos.

Un Estado fuerte y eficiente es una condición indispensable para prosperar, pero un Estado desbocado en su tamaño y sus funciones como el que tiene el Uruguay es un pesado lastre para alcanzar el desarrollo. Pero para lograr redimensionar al Estado hay una batalla cultural previa que es la de ir mellando la verdadera religión de nuestro país laico que es el culto al dios Estado.

Esta batalla por cierto que tiene aspectos básicos fundamentales a comenzar a comprender, como que la riqueza la crea el sector privado y no el Estado. Que una sociedad civilizada solo puede sustentarse en un mecanismo de asignación de recursos descentralizado imposible de sustituir por una burocracia y, finalmente, la primacía de las personas de carne y hueso sobre la entelequia del colectivo. No es una tarea sencilla, pero es vital para sacar al país del bloqueo conservador que lo tiene postrado en el inmovilismo.

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Hernán Bonilla

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