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Periodismo y pluralidad

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Ignacio Ramonet, catedrático de Teoría de la Comunicación en la Universidad Denis Diderot, es también un reconocido periodista radicado en Francia donde dirige Le Monde Diplomatique.

Ignacio Ramonet, catedrático de Teoría de la Comunicación en la Universidad Denis Diderot, es también un reconocido periodista radicado en Francia donde dirige Le Monde Diplomatique.

Se trata de una figura altamente influyente en la izquierda tercermundista, como publicista y como activo promotor del Foro Social Mundial de Porto Alegre. Ha escrito varios libros sobre temas políticos, incluyendo uno muy difundido sobre Fidel Castro y más cercanamente un ensayo sobre Hugo Chávez. Es referente del pensamiento de la izquierda de nuestro tiempo.

En nota reciente en Brecha (16.12.16), comenta que la muerte del dirigente cubano dio lugar en grandes medios occidentales “a la difusión de infamias” contra su potente figura revolucionaria, en lo que constituyó una gran injusticia. Semejante “uniformidad mediática” -sostiene- generó un sistema que establece “una verdad oficial”, una real “tiranía o dictadura”, que él como intelectual sufrió en carne propia en Francia y España.

Cuando publicó un libro sobre Castro, El País de Madrid y La Voz de Galicia lo cesaron, al igual que la radio pública de Francia que suprimió su audición sabatina. ¿No demuestra esto, se pregunta, la censura anticubana que practica Occidente, a través de un sistema que no tolera transgresiones? Creo que, en atención a su naturaleza y representatividad, vale reflexionar sobre este planteo y sus fundamentos. Ramonet, en típica declaración poscomunista, argumenta que vivimos “la dictadura mediática de la era de la posverdad”.

Pero ¿es esto real? Del hecho cierto que en Occidente los periodistas de derecha no se expresen en medios manejados por las izquierdas, ni que estos -tal como a él le sucedió- en los de derecha, es posible inferir que sus respectivos regímenes políticos constituyan inicuas dictaduras represivas. Yo creo que no es así y que ello solamente significa que los medios se dividen según su ideología, escogiendo a sus periodistas en igual sentido.

Una costumbre general, mala o buena, pero que no implica ni de cerca una dictadura de los medios, y que además se realiza en ambos lados del espectro. Tampoco alcanza con alegar, crítica muy habitual, que atendiendo a que los medios son de propiedad privada -inicua cualidad proscripta en el socialismo- esto descalifica a los intelectuales de izquierda. De hecho los mismos son poseídos tanto por propietarios de izquierda como de derechas o centro, algo que, como sabemos, no ocurre en Cuba. Más que la peripecia de Ramonet, en sí misma menor, interesa lo que ella pretende exhibir respecto a lo que la izquierda clásica denomina el efecto ideológico, una falsa apariencia que una vez develada, según se argumenta, revela los endebles fundamentos de la institucionalidad liberal, invalidando su pretendida pluralidad.

Las libertades burguesas, sus instituciones y garantías constitucionales existen, pero son mitos, artificios escénicos superficiales destinados a encubrir la explotación económica. Solo parecen efectivas mientras no son desafiadas tal como, según Ramonet, ocurrió con su libro y en general con las críticas de izquierda, que requieren ser ignoradas para impedir que se conozcan las bondades de la realidad socialista de Cuba. De allí la necesidad del sistema capitalista, incapaz de resistir cuestionamientos de base, de “censurar” obras y autores.

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Hebert Gatto

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