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Francia y sus elecciones

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Los recientes comicios legislativos franceses, aún pendientes los resultados de la segunda vuelta, ya han confirmado la elección presidencial.

Los recientes comicios legislativos franceses, aún pendientes los resultados de la segunda vuelta, ya han confirmado la elección presidencial.

El centrista Emmanuel Macron gobernará su país con una amplia mayoría parlamentaria, que probablemente supere los tres quintos de los integrantes de ambas cámaras. De este modo, configurando un hecho inédito, una figura política sin mayores antecedentes, se convirtió en el nuevo “monarca presidencial” de la quinta República. En un éxito que no sólo alcanza a su candidatura. Se extiende a su capacidad para crear de la nada un partido político inexistente y lograr, en muy pocos meses, que el mismo desbanque a los devaluados partidos tradicionales (por ejemplo, el P.C. se extinguió).

Pueden formularse dudas y temores ante un éxito tan repentino y terminante, como ha declarado su rival J. L. Melenchon, alarmado frente a una Constitución, que como la francesa de la V República, otorga demasiado poder al presidente y elige a los parlamentarios en dos vueltas, complicando la estabilidad de los partidos. En política, novedades excesivamente abruptas como éstas, especialmente cuando chocan con sistemas políticos asentados, pueden resultar peligrosas. Tal el conocido efecto de la emergencia, frecuentemente meteórica, de líderes populistas. Sin embargo, éste no parece ser el caso. Macron no constituye, pese a su irrupción imprevista, un candidato de este tipo. Su mensaje, apegado a la institucionalidad y a la democracia liberal y de claro signo europeísta, no reúne las características de la prédica populista. Una cualidad que sí resalta en las candidaturas de ultraderecha de la peligrosa Marine Le Pen y en la nueva izquierda radical de Melenchon, un hombre cercano a Podemos en España y a Maduro y Chávez en Venezuela. Ambos además, críticos de la Unión Europea y proclives al neonacionalismo en boga.

Es cierto que es muy pronto para profetizar cuál será el éxito que acompañará la gestión de Macron, que inicia su período con la adhesión y el entusiasmo de gran parte de los franceses. Lo que sí puede afirmarse es que el criptofascismo de Le Pen resultó electoralmente derrotado (tanto que probablemente no elija legisladores) mientras que, pese a su buen desempeño en las presidenciales, de última la izquierda resultó debilitada y seguramente tampoco los anote.

Esto adelanta una tendencia que despunta y puede considerarse una respuesta neohumanista frente al shock antieuropeo representado por el Brexit y sus impulsores. Referimos al fortalecimiento de una tendencia de centroizquierda que reivindica al liberalismo y el igualitarismo transnacionales, pero que asumiendo el definitivo ocaso del socialismo, reafirma sus políticas reformistas hacia el capitalismo pero no pretende sustituirlo. Lo que marca sus diferencias con el remanente utopismo socialdemócrata, en lo que bien puede denominarse como postsocialismo, el mismo que asumiendo el incontenible avance de la ciencia, proyecta soluciones políticas innovadoras del tipo de la reducción de la jornada de trabajo, la asignación universal o gravámenes financieros universales. Por más que los mismos aún se encuentren en estudio y, como señalamos, rivalicen con una fuerte corriente nacionalista, abroquelada tanto entre la izquierda socialista como entre la derecha conservadora. Ello sugiere una diferente división entre reacción y progreso.

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Hebert Gatto

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