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Deporte, Estado y violencia

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Si algo faltaba, ocurrió ayer: se suspendió el partido entre Peñarol y Nacional. Se había logrado fijar la fecha de disputa tras trabajosas negociaciones entre las directivas de ambos equipos y el Ministerio del Interior para que la policía ingresara a las instalaciones del Estadio.

Si algo faltaba, ocurrió ayer: se suspendió el partido entre Peñarol y Nacional. Se había logrado fijar la fecha de disputa tras trabajosas negociaciones entre las directivas de ambos equipos y el Ministerio del Interior para que la policía ingresara a las instalaciones del Estadio.

Pero pese a todas las condiciones de seguridad, el encuentro no se pudo disputar. El episodio concreto, mas allá de su resolución, revela los titubeos de un estado que parece desconocer sus funciones.

La violencia en el deporte es otra de las manifestaciones de un fenómeno general: el aumento de la agresividad social en todos los ámbitos, que crece incontenible desde mitades del siglo XIX. A pesar de tratarse de un fenómeno con antecedentes tan lejanos como una revuelta iniciada en el Hipódromo de Bizancio en el 532 A.C. (entre Rojos, Blancos, Verdes y Azules), que, según se cuenta costó treinta mil muertos. A su resolución se han destinado ingentes esfuerzos en todos los campos, sin que hasta el presente haya sido posible frenarlo. Sabido es que como manifestación específica de la violencia social general, no se trata de una patología referida a determinadas geografías o culturas. Se extiende al planeta y constituye un fenómeno civilizatorio global que como tal, atañe a la humanidad en su conjunto. Lo cual no puede extrañarnos demasiado si pensamos que esta misma humanidad no ha tenido un solo segundo sin guerra (del que el deporte constituye un sucedáneo), desde que existen los estados. Hace más de cinco mil años.

Esta agresividad innata del hombre en la preservación de su identidad, se relaciona o bien con sus genes o bien con las modalidades de su socialización, pero nunca falta. En cada caso, las localidades, aldeas, ciudades, provincias, barrios, instituciones, estados o naciones, surgieron como espacios o ámbitos, que en distintos grados, se fusionaron con sus habitantes. Un fenómeno ya presente en el primitivo tribalismo que se manifestó en ocasiones en enfrentamientos ritualizados entre estos diferentes ámbitos, adelantando el surgimiento del deporte.

Con la modernidad y su decurso los mismos fueron formalmente reconocidos y se produjo su progresiva fusión con los habitantes de sus respectivas regiones o barrios, que por su parte los adoptaron haciéndolos parte de su identidad. Tal como si para el hombre moderno siguieran siendo necesarias identificaciones cercanas además de las familiares. Todo lo cual, a partir del siglo XX, con la prevalencia de los medios, magnifica la naturaleza existencial del fenómeno deportivo trascendiendo lo meramente lúdico.

Esta fuerte identificación entre regiones y clubes deportivos, es por tanto una de las características del actual nacionalismo del siglo XXI. Un nacionalismo, dicho sea al pasar, que funciona más como hostilidad hacia fuera que como solidaridad hacia adentro y que por consiguiente no detiene la agresividad que se expande en lo interno.

En este contexto posmoderno concebir al deporte en el Uruguay como un espectáculo privado, responsabilidad de quienes lo promueven, pretendiendo apartar la fuerza pública del mismo, constituye un incomprensible y grave error. Significa no entender nada de los tiempos en que vivimos pretendiendo que el Estado se abstenga de ejercer una de sus funciones esenciales.

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Hebert Gatto

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