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El contexto de la crisis

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hebert gatto
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Pese a que era esperable, la pandemia se cobró su primera víctima en el país.

El amigo, Prof. Rodolfo González Rissotto, demócrata cabal, falleció días pasados. Su pérdida supone un vacío notorio para nuestra cultura Mientras esto se escribe un segundo uruguayo, devino víctima del flagelo. Desgraciadamente otros los seguirán, en esta secuencia de enfermedad y muerte.

La pandemia no prospera en el siglo XX, el mundo de ayer, el de las ideologías y las clases en pugna. Se extiende en un nuevo planeta interconectado no solamente en los aspectos económicos, donde su relacionamiento no es nuevo, sino en los restantes aspectos de la vida del planeta, demostrando que la globalización, iniciada luego de la segunda guerra, no tiene únicamente efectos en ese sentido. Se muestra en su irreversibilidad, en la separación de las sociedades respecto al sistema económico global cada vez más inmanejable; en las comunicaciones; en el declive de los estados nacionales, incluyendo a los EE.UU. Por más que esa unidad no pueda ocultar ni superar -y esto es lo novedoso- la creciente y nefasta preponderancia de los aparatos financieros que desde los noventa del siglo XXI subordinan desde la nube a la economía productiva (como sucedió en el 2002 y el 2008) y con ella a los sistemas políticos nacionales.

Sobre esta textura social jaqueada por grandes bancos, inmensos fondos especulativos, bolsas e instituciones no localizables, todas direccionadas a la utilidad a través de instrumentos virtuales, se despliega esta emergencia, que aterriza en un modificado capitalismo global, carente de reservas y de perspectivas conjuntas, sin motivaciones para aplicar medidas generales en tanto se sabe irremplazable. El virus no tiene fronteras, sin embargo, son los disminuidos estados quienes los enfrentan. Como si éstos, cada vez débiles frente a la globalización y a la autonomía del sistema financiero internacional, se propusieran ahora, tardía y malamente, recuperar su rol de otrora. Se trata de una guerra desigual, salvo que sea la propia pandemia la que se auto limite, relevando a la impotencia humana.

Las pruebas de este negro panorama son más que notorias. Los Estados Unidos constituyen hoy día el centro geográfico de la crisis. Sus porcentajes de contagio amenazan volverse irreversibles, tanto que el país más poderoso de la tierra se muestra incapaz de cualquier liderazgo. Su irresponsable Presidente desconoció la crisis sanitaria, cuando, probablemente, era aun controlable. Hoy no asume la catástrofe. Algo parecido sucede en Brasil, donde Bolsonaro parece reclamar a gritos el asilo para enajenados. Por su lado, Hungría aprovecha y decreta el sultanato. Mientras que el auxilio y la fraternidad internacional de organismos y naciones poderosas, brilla por su ausencia. Pero, quizás, increíblemente, lo más dramático por sus implicancias ocurre en el corazón de la Unión Europea, el único conjunto supranacional de real envergadura, hoy dividido entre Holanda y Alemania, cerrados a cualquier solidaridad y el debilitado y demandante sur latino, asediado por la impotencia y la muerte. ¿Será cierto que esta crisis constituye una oportunidad hacia un mundo más cooperativo o, continuaremos sobreviviendo, globalizados pero ajenos? ¿No avanzaremos en nada, en defensa de la especie?

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