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Los uruguayos hemos perdido cualquier posibilidad de entender el sentido figurado, o cualquier otro sentido que no sea el lineal… El problema de entender todo en forma lineal es que se trata de un síntoma de algo más profundo: no sabemos pensar; hemos perdido nuestra capacidad de abstracción”.

Los uruguayos hemos perdido cualquier posibilidad de entender el sentido figurado, o cualquier otro sentido que no sea el lineal… El problema de entender todo en forma lineal es que se trata de un síntoma de algo más profundo: no sabemos pensar; hemos perdido nuestra capacidad de abstracción”.

La reflexión viene a cuenta del episodio del cartel del café de Pocitos y de la reacción, estólida y estúpida, que despertó. No corresponde a académico, universitario, político o intelectual alguno (al menos en el sentido que tradicionalmente damos a estas subespecies de homínidos) sino a Darwin Desbocatti, el personaje que encarna el humorista Carlos Tanco con singular éxito.

El episodio me hizo recordar mi primer encuentro con la frase de Artigas “Sean los orientales tan ilustrados como valientes”, escrita con letras de bronce en uno de los descansos de la amplia escalera de la vieja escuela Venezuela. Como no la entendía, pregunté en mi casa qué quería decir “ilustrado” sin hacer referencia a la máxima artiguista. Me dijeron que ilustrado era lo mismo que “dibujado”, lo que terminó por confundirme aún más. ¿Qué ganaba Artigas con que sus compatriotas aparecieran profusamente en cuadros y retratos?

Al finalizar el ciclo escolar había aprendido al menos dos asuntos trascendentes: las limitaciones del intelecto humano (del mío en particular) y lo peligroso de quedarse con la interpretación lineal, especialmente si esta se corresponde con nuestras precarias percepciones.

Cuatro días después del exabrupto de la Intendencia, que descargó su cuerpo de inspectores y abrió un expediente a los responsables del café, el intendente Daniel Martínez creyó del caso respaldar a sus comedidos jerarcas en el entendido de que el cartel “es claramente discriminatorio”. Me acordé de los orientales ilustrados, de mi escuela, de maestras como Helena o Chichita; incluso de la temible Givogre.

Resulta más difícil de aceptar que, impuestos en sus altos cargos, los gobernantes departamentales no hayan reparado en que los mismos se encuentran limitados por la Constitución. Y esto al menos por dos razones: para que se ocupen de lo que les resulta propio, y para que no atormenten a los ciudadanos ni atropellen su libertad con majaderías personales.

¿Cómo es posible que una persona inteligente como Martínez salga con una parrafada digna de un niño de segundo año escolar? Si el cartel violaba o no la ley antidiscriminación, no es materia de los burócratas de la Intendencia. Ante la convicción de que algo de eso podía estar ocurriendo, lo que debieron hacer es presentar la denuncia ante la Justicia. Apretar a los comerciantes con inspecciones, citaciones, cedulones y presentación de documentos es un acto arbitrario.

La autoridad departamental no tiene facultad ni competencia para interpretar carteles, porque tal acción agravia las garantías de los Art. 7 y 29 de la Constitución en materia de libertad, especialmente de expresión del pensamiento. A menos que aceptemos la tesis de Desbocatti según la cual los uruguayos hemos perdido toda capacidad de entender el sentido figurado y, por lo tanto, de pensar.

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Gerardo Sotelo

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