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El espejo argentino

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El resultado de las elecciones del domingo pasado en Argentina es un buen espejo para reflejarse de este lado del Río de la Plata.

El resultado de las elecciones del domingo pasado en Argentina es un buen espejo para reflejarse de este lado del Río de la Plata.

Conviene empero precaverse de la moda de ver todo con el fanatismo propio de la Ámsterdam y la Colombes, y creer que todo lo que pasa allí más tarde o más temprano ocurrirá aquí. En realidad, apenas se analiza un poco la política argentina cualquiera cae en la cuenta de que son engañosas las perspectivas políticas que destacan similitudes.

En verdad, no son siquiera similares los procesos electorales, con comicios internos obligatorios (PASO) y con elecciones legislativas parciales de mitad de mandato que aquí no existen. Ni la lógica de apoyos federales que construye poder presidencial en Argentina, ni el tamaño y la sofisticación de sus distintas circunscripciones electorales, ni la variedad de intereses y alianzas que se reflejan en configuraciones diversas (y hasta a veces contradictorias) porque privilegian situaciones concretas de cada provincia, ni por último las estructuras y lógicas partidarias son parecidas a lo que vivimos aquí.

A todas esas diferencias estructurales se suman otras más coyunturales también muy profundas.

Más allá de lo que nuestra aguerrida izquierda cree a pie juntillas, no hay nada ideológicamente parecido aquí al Cambiemos de Macri. Y a pesar de ciertos fanáticos que estiman que Sudamérica ha estado gobernada por una década de populismo continental unívoco, tampoco es verdad que el kirchnerismo sea una especie de fotocopia argentina del Frente Amplio. Finalmente, los desafíos macroeconómicos y sociales de corto plazo son hoy muy distintos de un lado y del otro del Río de la Plata.

Así pues, con la cautela comparativa que todo lo anterior impone, las elecciones del domingo pasado dejaron dos enseñanzas interesantes que seguramente además se vean ratificadas por los resultados de octubre próximo. Primero, la difícil supervivencia del camino político del medio, es decir, de aquel que intente diferenciarse de la polarización política ya instalada. Argentina prefirió sobre todo a Cambiemos y dejó claro que la oposición es kirchnerista. En el medio no quedó espacio para ningún actor político relevante: lo ilustran por un lado el fracaso de Massa, y por el otro, el éxito en Buenos Aires de una Carrió enteramente alineada con el gobierno.

Segundo, la fuerza electoral arrolladora de una nueva generación de cuarentones, de pujanza urbana, convencida de sus razones, firme en sus convicciones, que no esquiva la polémica a la vez que defiende ciertos valores de convivencia social, de esfuerzo individual y de promesa de un porvenir venturoso basado en el sacrificio y el trabajo. Y todo eso lo hace desde cierto orgullo identitario de formar parte de las viejas clases medias que forjaron la mejor Argentina del pasado, y que, después de tantas vicisitudes, reivindica hoy con fuerza su fuerte compromiso igualitario y democrático. Por supuesto, quien mejor encarna esa generación es la carismática gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal.

No hay camino del medio y llegó el tiempo de una generación nueva que conjuga y reivindica los viejos valores de las clases medias urbanas. Esa es la imagen del espejo argentino.

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Francisco Faig

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