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La década del confort

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Cuando se analiza el voto del mundo urbano queda claro el peso formidable que allí tiene la adhesión al Frente Amplio (FA). Uno de los motivos fundamentales de esta hegemonía electoral es la asociación entre mayor confort y gobierno de izquierda.

Cuando se analiza el voto del mundo urbano queda claro el peso formidable que allí tiene la adhesión al Frente Amplio (FA). Uno de los motivos fundamentales de esta hegemonía electoral es la asociación entre mayor confort y gobierno de izquierda.

Las mejoras de esta década son conocidas. Casi siempre se expresan en datos macro-económicos y sociales elocuentes, como la baja de la pobreza a menos del 10% del total de la población, la suba del poder de compra de salarios y jubilaciones (sobre todo de las más bajas) como no se veía en décadas, y el aumento relevante de la población ocupada conservando guarismos bajos de desempleo. Todo esto ocurrió sobre todo en tiempos de gobiernos del FA, por lo que es fácil asociar estas mejoras a la destreza de la izquierda gobernante.

Sin embargo, hay otros datos más concretos que ilustran mejor aún los cambios sociales y económicos que ocurrieron en estos años. Se trata de lo que podemos llamar la revolución del confort, de la mano por un lado de las mejoras de los ingresos de los hogares y por otro lado de la baja del precio relativo de los bienes que sustentan ese confort.

Hace poco un estudio de Bafico y Michelin publicado en este diario daba cuenta de la magnitud de esa revolución: en 2006, el 59% de los hogares tenía lavarropa, el 38% microondas, el 41% era abonado a TV cable, el 24% tenía microcomputadora y el 32% automóvil. Diez años más tarde, las cifras eran de 85%, 65%, 72%, 77% y 46% respectivamente. Lo que hubo pues, fue un inmenso afianzamiento de las clases medias, que en esta década pudieron acceder a bienes de consumo siempre deseados y durante mucho tiempo inalcanzables.

Por supuesto, la satisfacción de estas demandas genera otras nuevas y más exigentes que pueden causar malhumor social si se frustran. Pero en una sociedad como la nuestra, afirmada en tempranas clases medias que sufrieron por décadas la perspectiva de crisis económicas recurrentes y el permanente miedo a trastabillar y perder el nivel de vida alcanzado por causa, por ejemplo, de la inflación, de la acumulación de deudas o de la falta de empleo, la revolución del confort implica un cambio fenomenal.

La generalización del lavarropa ha dado más tiempo libre sobre todo a las mujeres en la casa; el microonda simplifica rutinarias tareas del hogar; el cable e internet permiten acceder al entretenimiento con cierto sentido además de pertenencia al mundo globalizado; y hasta el haber comprado el automóvil, así sea chino y de baja cilindrada, o al menos saber que hoy su obtención se hace más fácil que hace diez años, abre espacios de movilidad y libertad familiares antes reservados solo a una minoría.

Todo este gran cambio en la vida cotidiana de las mayoritarias clases medias, y en la de los menores ingresos relativos, ocurrió en tiempos de gobiernos del FA. Cualquier discurso opositor que lo relativice -por no ser consciente de que efectivamente se verificó- que lo opaque, por insistir tercamente solo en señalar dimensiones que de verdad empeoraron -como la inseguridad- o que directamente lo niegue, al decir que hoy se está peor que hace diez años, está llamado a fracasar con estrépito.

Es increíble cómo no siempre se ve algo tan evidente.

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Francisco Faig

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