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La peor nostalgia

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Dice Sabina que “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”.

Dice Sabina que “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”.

Si algo nos dejó este movido 2016 fue eso, gente desperdigada por el mundo occidental añorando un pasado glorioso que si lo analizamos con rigurosidad no existió. Y no estoy hablando solo de Trump, el Brexit o Podemos, quienes sin duda han capitalizado descontentos populares apelando a este tipo de nostalgias, también hablo de lo que creemos nosotros, nuestros amigos, padres y hermanos. A diario recibimos noticias de problemas graves y reales como atentados, guerras, economías estancadas, desempleo y violencia de género pero ¿qué dicen los datos sobre las tendencias de largo plazo?

Hasta el 1800 el mundo cambió muy lentamente: la enorme mayoría de la gente vivía en zonas rurales, en la pobreza absoluta y con la expectativa de morir a los treinta y pocos años sin saber leer ni escribir. La Revolución Industrial inauguró un período de cambios inédito. Dice el premio Nobel de economía Robert Lucas que “por primera vez en la historia, el nivel de vida de las masas y la gente común experimentó un crecimiento sostenido (…) No hay nada remotamente parecido a este comportamiento de la economía en ningún momento del pasado”.

Pero miremos más cerca en el tiempo, por ejemplo desde mediados del siglo XX para poder comparar el mundo que nos toca con el que les tocó a nuestros padres y abuelos. En 1950 el 72% de los habitantes de este planeta vivían en pobreza extrema, en 2015 algo menos del 10%. También en 1950 saber leer y escribir era un privilegio de solo el 36% de la población mundial adulta, hoy en día es del 85%. En 1950 solo la mitad de la población mundial vivía más de 45 años, hoy la mitad vive más de 71 años. Los invito a leer una excelente web liderada por Max Roser, investigador de la Universidad de Oxford, llamada ourworldindata.org donde encontraran estos y muchos otros datos.

Podría continuar un buen rato con indicadores que muestran todo lo que ha mejorado el mundo: libertades, mortalidad infantil, roles de género, etc. Pero me parece importante pensar en nuestras historias familiares personales, pensemos en nuestros abuelos: ¿a cuántos se les murió algún hermano en la niñez? ¿A cuántos un padre o un tío muy joven? ¿Cuántas horas trabajaban usualmente? ¿Cuántos pudieron conocer otros países o salir de vacaciones en verano?. Luego contestemos todas esas mismas preguntas para nosotros.

Corro el riesgo de que se entienda esta columna como complaciente con el status quo, nada más lejos. Debemos reclamar soluciones a nuestros políticos, al mundo le quedan tremendos desafíos en temas medioambientales (donde estamos peor que nunca) y en más promoción de paz, libertad y justicia social.

Sin embargo no podemos dejar de ver de dónde venimos y cómo llegamos hasta acá. Creer y repetir que nuestros abuelos vivieron en un mundo de rosas, paz y abundancia es ingenuo y no se sostiene ante la abrumadora evidencia. Los políticos que quieren devolvernos a un pasado de grandeza apuntan a una estrategia tristemente conocida de explotar nostalgias irreales, no debemos bajar la guardia.

Pocas cosas han caracterizado tanto a los totalitarios históricamente como el desprecio a los hechos.

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