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Los voceros presidenciales

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EDIORIAL

Uruguay, a diferencia de otros países, carece de la figura del “vocero presidencial” por más que años atrás hizo un intento por crearla. De ahí que en momentos de tensión y expectativa la gente espera que sea el presidente y no un vocero ocasional quien salga a dar la cara.

La institución del vocero presidencial existe en ciertos países, el más notorio Estados Unidos. En general se considera que cumplen una función esencial en la relación gobierno-prensa al tiempo que evitan el desgaste de la figura presidencial ante los medios de comunicación. La Casa Blanca los ha tenido muy buenos, al punto que algunos se labraron desde ese cargo su carrera política. Otros, como el primero que nombró Donald Trump, aquel que dijo que "ni siquiera Hitler usó el gas contra sus enemigos", hicieron papelones.

En Uruguay, la designación formal de un funcionario con esas competencias tiene un solo antecedente. Al asumir la presidencia en 1972 Juan María Bordaberry eligió a un conocido periodista y escritor para ejercer esa tarea. Duró unos pocos meses. El sistema político fue incapaz de absorber a una figura de ese tipo capaz de copar noche a noche las pantallas de tevé. Tenía más notoriedad que un ministro, lo que podía convertirlo en un potencial presidenciable. Hubo otras causas del fracaso de ese ensayo, pero lo cierto es que a partir de allí la experiencia no se repitió, ni siquiera en dictadura.

Hubo, por cierto, quienes intentaron ejercer esas funciones sin título para ello. El caso más reciente es el de un joven, lenguaraz y pretencioso prosecretario del gobierno de José Mujica que intentó colocarse en primer plano con sus continuas declaraciones ante los medios. Si bien logró sus diez minutos de fama, cuando llegó el tiempo de elecciones no alcanzó siquiera la banca de diputado que ambicionaba. Prueba de que no basta con exponerse mucho ante los medios sino que hay que hacerlo bien y en las dosis correctas.

Todo esto viene a cuento a raíz de la reciente incursión del periodista Fernando Vilar como vocero ocasional de Tabaré Vázquez. Acostumbrado al "teleprónter" Vilar no tuvo problemas en leer en pantalla el discurso de veintitantos minutos que le preparó el gobierno. La innovación no cayó bien en un país desacostumbrado a la acción de los voceros gubernamentales. Además se hizo sin aviso previo: cuando todos esperaban a Tabaré Vázquez o en su defecto al ministro de Ganadería u otro alto funcionario, apareció de golpe un eficiente lector de textos, una cara conocida pero desligada de las tareas gubernamentales.

Fue otro error de comunicación de un gobierno que pasada la primera mitad de su mandato está buscando una empresa que "monitoree" los medios a diario y ayude a elaborar una "estrategia" de comunicación. Se trata de una reacción tardía ante la crisis comunicacional del gobierno, un problema nuevo para un Tabaré Vázquez que en su primer mandato, en medio de aquella bonanza sin par, no necesitó mucho de periodistas, publicistas y marketineros para levantar la imagen de su administración.

Los tiempos cambiaron, el viento a favor cesó y ahora las papas queman. Muchos gobernantes se quejan de que los medios no reflejan adecuadamente sus buenas obras. Consideran que ese es uno de los puntos más débiles del segundo gobierno de Vázquez. Incluso algunos ministros deslizan comentarios sobre las fallas de comunicación que no dejan ver sus logros en tanto subrayan sus errores y omisiones. Todo esto ocurre bajo una Presidencia de la República que cuenta con decenas de comunicadores en su plantilla (como en otros casos, groseramente engordada bajo los gobiernos del Frente Amplio). ¿Qué hacen?

Para redondear este cuadro no faltan quienes acuden a la teoría del complot de los medios contra la izquierda, una trama manejada por lo que se llamó "el eje del mal" integrado por periodistas organizados para demoler la imagen del Frente Amplio en el poder. La teoría no hizo carrera, sobre todo cuando quedó en evidencia la paridad existente entre medios oficialistas y opositores. Incluyendo entre los oficialistas, por supuesto, a toda la red radial y televisiva del viejo Sodre, con llegada a todo el país, y descaradamente puesta al servicio de la izquierda.

Es posible que Vázquez haya considerado que fue exagerada su reacción ante los "indignados" que lo esperaron para increparlo días atrás y que haya querido dar una señal de sobriedad y moderación al colocar a Vilar como vocero sin exponerse él mismo. Algo así como un intento de balancear ambos episodios. Si fue así, se equivocó. En los momentos difíciles, cuando la opinión pública se muestra sensible ante los actos de gobierno y se crea expectativa en torno a ellos, la tradición nacional enseña que no funcionan los voceros institucionales o improvisados. Dar la cara en los momentos cruciales es una obligación del Presidente de la República.

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