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Venezuela y nuestra política exterior

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EDITORIAL

Hay temas de la agenda electoral que están sobre la mesa y son de sumo interés para el ciudadano: la seguridad, la economía, el gasto público, la educación son algunos de ellos.

Importan porque afectan la vida cotidiana de la gente y porque en muchos sentidos, los gobiernos frentistas no los han enfrentado como corresponde.

Desde aquel recordado “educación, educación y educación” de José Mujica cuando asumió la presidencia, al tan mentado anunció del presidente Tabaré Vázquez de que se cambiaría radicalmente el ADN de la educación, nada mejoró en la enseñanza. Por el contrario, hubo serios retrocesos. Lo mismo puede decirse sobre la seguridad, en un país donde el clamor para terminar con la delincuencia y el crimen es cada vez más fuerte.

Un tema que sin embargo quedó opacado en esta campaña, pese a su enorme importancia y pese a que el gobierno sigue tomando decisiones que no representan a todos los uruguayos, es el de la política exterior. Ni siquiera asomó en el debate televisado entre los dos principales candidatos.

Un aspecto es el vinculado a Venezuela. Ya nadie menciona lo que está pasando allí, pese a las posturas adoptadas muy recientemente por el gobierno, en nombre de todos los uruguayos, respecto a esa realidad.

La cancillería insiste en no considerar el régimen conducido por Nicolás Maduro como una dictadura. Es verdad que el candidato frentista reconoció que lo era y algo parecido dijo Mujica. Pero desde el punto de vista oficial, la postura sigue siendo la de una ambigua e incómoda blandura.

Nadie pretende que Uruguay amenace con una guerra y lance paracaidistas armados en las llanuras venezolanas. Pero sí que mantenga una postura firme de condena al régimen y a lo que este hace con su gente.

En algún momento el canciller Rodolfo Nin Novoa se preguntó “en qué le cambia a los venezolanos que se diga que lo de Maduro es una dictadura”. Y alguien desde las columnas de este diario le contestó con sentido común. Sin duda el sufrimiento y la persecución será la misma. Pero a la hora de encarar la realidad política venezolana, al definir el régimen como dictadura, para el resto del mundo las multitudinarias protestas dejan de ser actos subversivos y sediciosos y su reclamo pasa a ser genuinamente legítimo. Además, el pedido de que el régimen “caiga”, que sea “derrocado” también pasa a ser legítimo. Por lo tanto la definición dice mucho y es hora que Uruguay la adopte.

Se dirá que en la década de los 80 los partidos políticos uruguayos negociaron con los militares la forma de poner fin a la dictadura. Es verdad, como tan verdad es que acá, los dictadores se querían ir. Cosa que no sucede con el chavismo.

La otra razón por la cual este tema importa, es porque nos define como uruguayos. Para nosotros, el respeto al Estado de Derecho, a la tradición democrática es parte de nuestra forma de ser, es lo que nos hace integrantes de una “comunidad espiritual” de la que tanto habló Wilson Ferreira Aldunate. Si hay entre nosotros, uruguayos incapaces de definir con claridad cuál es el régimen imperante en Venezuela, si tenemos dudas respecto a lo que denuncia el informe Bachelet, el problema está entre nosotros, está en la forma de entender la democracia de algunos y eso debería alarmarnos.

Otra cuestión de la política exterior en que este gobierno ha estado omiso es el de los acuerdos de libre comercio. Una solución que dinamizó la economía de otras naciones sudamericanas, pero que acá es mirada con desconfianza. Parecería que el partido de gobierno defiende un concepto de país autosuficiente y autárquico, aislado del resto del mundo. Todo lo cual lleva a más pobreza y atraso.

Mientras Australia y Nueva Zelandia (con un perfil productivo similar al nuestro) toman la delantera a pasos acelerados, acá seguimos dándole vueltas y no queremos siquiera intentar acordar tratados. El de Chile salió a la fuerza. El que se está gestando con la Unión Europea empezó a surgir porque también están involucrados nuestros socios de Mercosur.

Por eso, al respecto, el próximo gobierno debe dar una señal clarísima desde el primer día.

Para un país chico, rodeado de grandes, la política exterior es fundamental. Días pasados el candidato blanco Luis Lacalle Pou recordaba aquella frase tan repetida por Herrera de que un país no tiene amigos o enemigos, tiene intereses. Y para Uruguay, la defensa de esos intereses, de los valores que nos definen como país, solo pueden fortalecerse con una política exterior bien diseñada, cosa que ha faltado en estos años.

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