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Uruguay sin careta

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La crisis económica y social que trajo consigo la pandemia del coronavirus dejó al descubierto la verdadera herencia de 15 años de administraciones del Frente Amplio (FA): al momento del cambio de gobierno, la situación del país no era tan buena como la propaganda izquierdista quiso hacernos creer.

¿Cómo es posible que en un mes de apriete económico por causa de la situación sanitaria, se hayan multiplicado las ollas populares, y se vea desbordado el Ministerio de Desarrollo Social ante la acumulación de pedidos de canastas y subsidios, que superaron los 150.000 en pocos días? ¿Cómo puede ser que, de golpe, un país que la izquierda decía estaba en camino firme hacia el desarrollo - con aquello del “país de primera” tan promocionado en la campaña de 2014 por el FA -, caiga en la cuenta de que al menos un cuarto del total de sus trabajadores estaba en negro? ¿Cómo es posible que el sindicalismo hiciera campaña en favor del FA en 2019 para asegurarse mejoras nunca antes vistas en favor de los más pobres, pero que a un mes de llegado al poder un gobierno que no es de su signo político, ese mismo sindicalismo plantee rentas mensuales para todos por causa de la enorme fragilidad del entramado social?

La respuesta a estas preguntas es que este es el país de verdad, sin careta. En efecto, por años la propaganda de la hegemonía cultural de la izquierda dijo que avanzábamos a todo trapo. Se nos repetía que había cada vez menos pobres, por ejemplo, gracias a la gestión ejemplar del FA en el poder. Y quien se atreviera a disentir con esas afirmaciones propaladas con énfasis religioso, inmediatamente era tratado de reaccionario, mal informado y hasta se lo podía acusar de formar parte de secretas conspiraciones contrarias al gobierno. Conspiraciones criminales, además, ya que iban en contra de la seriedad de las cifras y de la institucionalidad del país.

Un caso bien concreto fue en 2018, cuando desde el movimiento Un Solo Uruguay (USU) se señaló con claridad que los pobres eran en realidad muchos más numerosos de lo que las cifras oficiales decían. En el mismo sentido, ese año y desde esta página editorial se analizó con detalle enormes problemas metodológicos, de interpretación y hasta de sentido común que presentaban las cifras oficiales de pobreza: en particular, problemas con el monto del umbral de ingresos a partir de los cuales se consideraba a alguien como pobre; y también dificultades en la regionalización fijada, ya que dejaba de lado matices y complejidades significativas.

La horda dogmática de la hegemonía cultural de la izquierda denostó con fuerza ese tipo de cuestionamientos. En ese año, por ejemplo, quien luego sería rector de la Universidad de la República la emprendió contra USU con la receta del viejo manual de mentiras estalinistas que procuran no solamente tergiversar la realidad, sino también amedrentar el disenso público.

Empero, la verdad siguió allí y era evidente para cualquiera que no estuviera encerrado tras el muro de yerba izquierdista: no era posible aceptar que había en 2017, por ejemplo, solo un 7,9% de personas por debajo de la línea de pobreza. Esa cifra era en verdad un artificio estadístico: consideraba pobre solo a aquel que percibía, por ejemplo, menos de $12.355 por mes en julio de 2017. Se trataba así de un ingreso muy bajo, que hacía que los cientos de miles que tenían entradas menguadas de $14.000 o $15.000 al mes, por ejemplo, no eran considerados pobres para los datos del país de fantasía del FA.

Hoy la careta cayó. Primero, porque la estadística oficial tomó nota de un aumento de la pobreza de 8,1% a 8,8% entre 2018 y 2019. Y segundo, porque ese 8,8% se sustenta en que todo aquel que percibiera en marzo pasado más de $15.174 ya no es considerado pobre, cuando la realidad es bien distinta: los pobres son mucho más que ese 8,8% del total, como lo dejó en claro la actual y grave emergencia social.

La propaganda del FA disimuló una pobreza no contabilizada oficialmente pero que era muy real, como bien denunciaba en 2018 USU. Hoy, la misma aparece en toda su dimensión porque la nueva administración no está dispuesta a disimularla, ocultarla ni desdeñarla. Y es así como centenares de miles de uruguayos, de esos que no eran oficialmente pobres con el FA, en realidad rápidamente mostraron que precisaban del sostén estatal para poder enfrentar una situación económica que ya era, antes de marzo de 2020, extremadamente precaria.

Por 15 años la propaganda izquierdista nos mintió. Ahora la careta se cayó. Bienvenidos al Uruguay real.

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