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Uruguay y Argentina

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Intransigente. Ese fue el calificativo que eligió Néstor Kirchner para referirse al presidente uruguayo, lo que significa entrar a personalizar en el desgraciado conflicto que envenena, hace ya demasiado tiempo, a ambos países. Y como si esta actitud no fuera un desacierto, vis a vis las relaciones entre dos naciones, el ministro del Interior de la Argentina "se subió al carro de su jefe" e hizo suya también la crítica a la intransigencia y se refirió a la incapacidad de Tabaré Vázquez, por no haber logrado detener la obra de Botnia.

Según el diccionario, intransigente es el que no transige y ¿qué quiere decir transigir? Como primera definición se lee, "consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de llegar a un ajuste o concordia, o por mero espíritu de condescendencia". Así que por lo visto, el gran pecado uruguayo es la falta de condescendencia. Por no haber aceptado la imposición argentina de frenar la construcción de la planta de Botnia. Y las consideraciones hechas al respecto por el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, revelan claramente una de las grandes diferencias entre su país y el nuestro.

Porque Fernández no puede entender que el gobierno uruguayo no haya trancado la construcción de la planta, acostumbrados como están, los gobiernos de la otra orilla, a no respetar los contratos, a pesificar las tarifas acordadas en dólares, lo mismo que los ahorros y las acreencias de la gente o a hacer default con los títulos públicos y estafar a quienes invirtieron en ellos. Es acostumbrado del otro lado del río, cambiar las reglas de juego según convenga, presionar a los empresarios sin ningún miramiento a fin de controlar los precios, y a enviar piquetes para amedrentarlos. Se llegó hasta mandarle un coche especial a algún empresario que se permitió hacer alguna observación negativa, para llevarlo de inmediato a conversar a la Casa Rosada. Ni que hablar de las coacciones a los periodistas.

Así que no es nada raro que un artículo reprobatorio y valiente, como el de Joaquín Morales Solá, aparecido el miércoles en La Nación, lo sacara de sus casillas a Kirchner, (no es algo difícil) y la haya emprendido no sólo contra el Uruguay, sino contra la prensa local, por presentar la aprobación del crédito y la garantía del Banco Mundial al proyecto de Botnia como un nuevo fracaso de la política exterior argentina. Un golpe sin duda fuerte, sobre todo luego de la insisten- cia de la campaña argentina de boicot realizada en Washington, liderada por la singular Picolotti y rematada con una carta firmada por el Primer Mandatario. Enviada, curiosamente, al mismo tiempo que armaba lo de la intervención del Rey Juan Carlos, supuestamente para "facilitar" un entendimiento entre las partes encontradas.

Traspié, por decirlo suavemente, que se suma a los fallos desfavorables emitidos primero, por la Corte Internacional de Justicia, respecto del pedido argentino de medidas cautelares para que se detuviera la obra y luego la del Tribunal Arbitral ad hoc del Mercosur, ante el reclamo uruguayo por no proteger el gobierno argentino, el libre tránsito entre las dos fronteras. Un hecho sumamente grave que se produjo por largo tiempo, causando serios daños económicos, ante la impávida mirada de las autoridades argentinas. Ahora vuelve a anunciarse nuevamente el atropello para todo el verano, al tiempo que el gobierno les advierte que no está bien, pero a la vez les hace saber que no piensa reprimirlos. O sea, otorgándoles vía libre para que continúen con el delito, ya que de eso se trata el frenar la libre circulación. Así lo indica el derecho internacional y el mismo protocolo del Mercosur. Mientras el oficialismo insiste en sancionar el proyecto del Parlamento del Mercosur...

La frase mediática que encontró ahora el Presidente Kirchner, (¿se la habrá sugerido Romina?), es que los países del primer mundo quieren hacer un basurero de los nuestros. Pero en realidad, primero debería preocuparse por la terrible contaminación que campea en la propia Argentina, empezando por el Riachuelo y las papeleras obsoletas que funcionan en su territorio, o las polucionadas aguas que corren frente al elegante Puerto Madero, donde desemboca el caño maestro que viene desde San Isidro. Mientras que la finlandesa será un lujo, por su tecnología y protección del medio ambiente, comparada con lo que hay en su territorio. El interés por invertir aquí es simple; los arboles crecen en 10 años, en lugar de los 30 del norte.

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