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Las urnas y la encrucijada

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Enfocados de forma casi permanente en la pandemia de coronavirus, el mundo parece haber dejado en segundo plano lo que tal vez sea el hecho político que puede ser más determinante para el futuro próximo: las elecciones en Estados Unidos.

Es que los ciudadanos de la primera potencia global definirán el próximo martes algo mucho más trascendente que el simple hecho de elegir un inquilino para la Casa Blanca por cuatro años. En la opción entre renovar el mandato a Donald Trump, o desalojarlo del poder (mucho más que elegir a Joe Biden) hay un abismo tan grande, que todo el planeta estará en vilo por esa decisión hasta que se cuenten los votos finales.

Para analizar de manera cerebral lo que se juega aquel país, y todo el resto del mundo, en estas elecciones, es primordial tirar a la basura los preconceptos, y buena parte de la información que se suele manejar de manera liviana y frívola. Por un lado porque hablamos de un país continental, de 350 millones de habitantes (casi el doble que Brasil), con realidades muy diferentes y complejas. Por otro, porque la mayoría de la información que el ciudadano uruguayo de a pie recibe de allí, está mediada por las visitas o el conocimiento personal (la mayoría de las veces focalizado en alguna ciudad de las costas), o por las agencias de noticias que son en su mayoría europeas, y analizan la realidad americana con un filtro muy maniqueo.

Intentemos entonces despojarnos de estos cristales, para analizar lo que está en juego en estas elecciones.

Por un lado tenemos al actual presidente Donald Trump. Sin temor a exagerar, podemos decir que se trata del líder político más disruptivo de una potencia global en más de medio siglo. Alguien con notorias luces y sombras.

Entre las primeras, es un mandatario que ha potenciado el desarrollo económico, ha reducido regulaciones, fomentado el crecimiento empresarial, bajado impuestos, y con ello logró resultados francamente positivos, al menos hasta la pandemia. En un mundo desarrollado donde reina un estancamiento económico, y la escasa movilidad social, la sociedad americana sigue siendo un faro de pujanza y creación de riqueza.

También ha tenido otro costado positivo la gestión de Trump: ha puesto blanco sobre negro el problema que representa hoy China para el resto del mundo. El gigante asiático, pese a ser hoy la segunda potencia mundial, se beneficia de regulaciones comerciales globales como si fuera un país pobre y en desarrollo. Opera de manera impune para saltearse regulaciones ambientales, laborales, y en materia de propiedad intelectual. Y en forma poco equitativa, sigue acaparando el desarrollo industrial del planeta, muchas veces apelando a prácticas que no se tolerarían de otro país.

De más está decir que el actual presidente tiene su lado oscuro. Se trata de un líder que no respeta las formas, que está convencido de ser una especie de caudillo latinoamericano al que todo debería permitírsele, que ataca a la prensa y a sus rivales sin medir costos ni consecuencias. Que muchas veces hace discursos al filo del racismo, y cuyo mantra de “América First” ha dejado el planeta irresponsablemente a la deriva y en manos de otras potencias.

La gestión Trump se ha mostrado muy favorable a nuestro país, y hay vasos comunicantes bastante directos con la Casa Blanca, cosa que no se ve tan clara con los demócratas. No es un factor menor.

Su rival, Joe Biden, también tiene claroscuros. En lo positivo, es un líder tradicional en el mejor sentido de la palabra. Un líder consciente de las responsabilidades que debe tener el presidente de la primer potencia global, es alguien que sabe de la importancia de las formas, de los equipos, y de que en un país en serio, el líder coyuntural no se puede llevar el mundo por delante con cada capricho. Biden sería, en buena medida, el regreso a un liderazgo previsible y profesional.

En lo negativo, es un dirigente demócrata de la “vieja escuela”. Que ha sido históricamente más proteccionista, y más cerrada al comercio y al desarrollo empresarial. Viene condicionado además por una “barra” de dirigentes jóvenes, producto de ese ambiente de campus universitario, snob y alejado de la realidad social profunda del país, y por ello proclive a ideas casi socialistas.

A este panorama complejo, hay que sumar otro factor a la hora de ponerse la camiseta de uno u otro candidato desde Uruguay: la gestión Trump se ha mostrado muy favorable a nuestro país, y hay vasos comunicantes bastante directos con la Casa Blanca, cosa que no se ve tan clara con los demócratas. No es un factor menor.

Este es apenas un pantallazo muy ligero de lo que puede determinar la decisión que los estadounidenses tomen el próximo martes. Y que nos tendrá a todos expectantes tal vez más incluso que en algunas elecciones locales.

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