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Un TLC con otro significado

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Editorial

Es un tratado de alcance menos que modesto que no vale gran cosa en lo comercial, pero es importante que se lo ratifique porque el Uruguay, más allá de su orientación política momentánea, es un país serio.

Las discusiones en el se-no del gobierno acerca de la pertinencia de firmar un mal llamado TLC con Chile llaman la atención, porque se discute sobre aspectos que en rigor no tienen nada que ver con lo que se va a firmar. En efecto, nos hemos cansado de escuchar objeciones al tratado por amenazar la producción nacional, o por suponer apenas unos pocos millones de dólares de beneficios comerciales. En realidad es un tratado de alcance menos que modesto como se verá, que no vale gran cosa en lo comercial, pero que supone quizás una mayor afinidad con un país que en el reflejo de la izquierda no es bueno, y menos que menos sacándose una foto con Piñera. Esto es lo único que puede explicar tanta demora en acordar. Veamos un poco sus contenidos.

En lo arancelario el tratado no supone absolutamente nada. En efecto hace unos seis años que todo el universo de bienes está con arancel cero, como consecuencia del TLC que firmó el Mercosur con Chile. Esto es así porque como se sabe solo el Mercosur puede, respetando su arancel externo común, realizar acuerdos de libre comercio. Es eso o negociar otro estatuto del Uruguay dentro del Mercosur, lo que la izquierda rechaza desde siempre. Por tanto lo que se va a firmar excluye por completo y por definición de la naturaleza de nuestra unión aduanera todo tema arancelario, con lo cual llamarlo TLC confunde, precisamente porque no tiene nada nuevo —no podría tenerlo— en materia de comercio de bienes. Y qué tiene entonces: lo que tiene es una serie de capítulos cuyo significado material es insignificante y que en todo caso valen por una cierta simbología de apertura, nada más. Precisamente el Capítulo 2 "Comercio de bienes" no agrega nada; supone por ejemplo el compromiso de no subsidiar exportaciones —¡vaya novedad!—, de no agregar nuevos obstáculos al comercio —vaya compromiso— , de no aplicar detracciones pero manteniendo la actual uruguaya a los cueros, un régimen de muestras, un comité… o sea nada.

Hay un capítulo de comercio electrónico que nuestro país cada vez acota más, y reitera en este como en otros capítulos, el respeto a las cláusulas de trato nacional y de trato de nación más favorecida que el país ya está obligado a cumplir por la OMC, con o sin Mercosur, con o sin acuerdo con Chile. Hay un capítulo laboral que es una bolsa de compromisos ya existentes, algunos capítulos políticamente correctos sobre pymes, sobre transparencia y anticorrupción, un capítulo sobre medidas sanitarias y fitosanitarias que no tiene ningún contenido más allá de lo acordado en la OMC, otro idéntico sobre obstáculos técnicos al comercio, dos capítulos con el sumun de lo políticamente correcto, uno en materia de medio ambiente, y otro nada menos que de "Género y Comercio", creación de múltiples comisiones que no van a tener materia para reunirse, etc.

Ahora bien, cómo es posible que este texto, que mal puede llamarse un TLC, que contiene una serie de saludos a la bandera, de acuerdos en materias ya acordadas en otros ámbitos, con apelaciones continuas a lo políticamente correcto, despierte en el partido de gobierno tantos líos. Discusión dura sería claramente un TLC con China, con múltiples repercusiones en lo arancelario, desafíos a nuestro valor agregado nacional o sea salarios; discusiones sobre membresía en el Mercosur, sobre oportunidades de acceso o sobre nuevas asignaciones de recursos; temas de relacionamiento internacional, esto sí que daría para buenas discusiones cuyo resultado conocemos, dado que este gobierno terminó. Pero pelear por un acuerdo que en lo arancelario ya está todo en cero, sin avances relevantes en nada, no se entiende.

La respuesta a esta interrogante quizás haya que buscarla en la simbología. Hay un partido que cree que Uruguay puede vivir con lo suyo, sin relaciones no ya comerciales sino de simples intercambios de información con pueblos diferentes, o que pueden estar ideológicamente alejados por el momento. Solo así se explica que el Frente Amplio no simpatice con sacarse una foto con chilenos, y en cambio sus voceros sindicales concurran a Venezuela señalando que el pueblo uruguayo se solidariza con Maduro, o con Ortega, o con Castro.

Solo el lenguaje de los símbolos de aproximación política a países que de momento no son políticamente afines puede explicar tanto barullo por un TLC de utilería. Por eso ha pasado a ser muy importante que se lo ratifique; precisamente porque el Uruguay es un país serio que aspira a tener relaciones comerciales, políticas, institucionales con todas las naciones que sea posible, más allá de su orientación política momentánea.

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