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Termina un ciclo

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Llega a su fin el ciclo Obama. La oposición en el Senado directamente se niega a considerar el nombramiento del candidato a la Suprema Corte propuesto por el presidente, aunque es un prestigioso jurista cuyas inclinaciones políticas son más bien moderadas, por no decir conservadoras.

Quieren que el nombramiento lo haga el próximo presidente, aunque falten 9 meses. El síndrome del pato rengo ha comenzado.

Ahora se abre la tremenda incógnita de quién será su sucesor. Lo sabremos a principios de noviembre. Todavía falta bastante aunque aparentemente se perfilan los siguientes candidatos en este orden. Del lado republicano: el magnate de la construcción, Donald Trump de NY; el senador conservador y evangelista, por no decir reaccionario, T. Cruz, de Texas y el exitoso y dos veces gobernador Kasich, de Ohio. Del lado demócrata quedan Hillary Clinton, la exsecretaria de estado y exsenadora por NY y Sanders el senador de Vermont, un moderado de izquierda. Todos tienen sus dificultades: Trump como Cruz sufren de fuerte rechazo y es posible que ninguno alcance los votos necesarios para ser nominado en la convención. Kasich al revés, hoy si bien tiene pocos votos no lo recelan, ganó en el importante estado de Ohio y sigue en la lucha. Hillary tiene muchos convencionales y Sanders menos, pero tanto sobre ella como sobre Cruz pende una espada de Damocles. Ella, por el uso negligente de su cuenta de e.mails con información confidencial; Cruz porque no nació en USA y su padre no era norteamericano. Se requiere ser ciudadano nativo para ser presidente. Y existen posibles candidatos hoy agazapados, como Bloomberg, que podrían entrar en la contienda si se dan las circunstancias.

Cabe entonces analizar la huella que deja Obama. Heredó la recesión más profunda en los últimos 80 años. Un vertiginoso aumento del desempleo. Íconos como GM, Chrysler, AIG, quebrados. Los bancos, congelados por la incertidumbre, con miedo y cola de paja, temerosos de extender el mínimo crédito ente ellos, produciendo una espantosa iliquidez y quiebre en la cadena de pagos. Las bolsas en todo el mundo se desplomaron. Su gobierno actuó con decisión y audacia. La Reserva Federal (Banco Central) garantizó las transferencias interbancarias y aumentó el cupo de garantías a los depositantes, evitando corridas. Fue generoso con los redescuentos, salvó empresas e inyectó capital en la gran mayoría de los bancos que pedían auxilio. Es así que, pasado un tiempo, se recuperaron la economía y los aportes hechos. Hoy el desempleo es menor al 5% y el índice de crecimiento del PBI está arriba del 2% y la inflación en el 1% al año. No está mal, aunque no se registró todavía un aumento en los salarios reales. Tampoco ha logrado corregir el aumento en la disparidad entre ricos y pobres y la erosión que viene sufriendo la clase media desde ya hace más de dos décadas.

Luego de una gran batalla política en el Congreso, logró imponer su plan de salud, aumentando en forma significativa la cobertura médica para la gran mayoría de los norteamericanos.

Al mismo tiempo, buscó cumplir con su objetivo de terminar la intervención de EE.UU. en la guerra de Iraq y Afganistán. Hoy, su país solo entrena tropas locales y opera ocasionalmente con pequeños grupos de comandos, con objetivos bien delimitados y en apoyo del gobierno. Obama demostró que para liquidar al enemigo número uno de su país, Osama Bin Laden, no era necesario desplegar cientos de miles de soldados, rompiendo todo, sino usar con inteligencia la información que se obtenga, con temple, prudencia y decisión. No hace mucho, parecía que fatalmente iba a intervenir en Siria, luego de que se detectara el uso de armas químicas. Su amenaza, con el apoyo de Putin, bastó para que se desmantelaran los laboratorios y se destruyeran bajo supervisión, las armas químicas en manos del ejército sirio, cosa que resultó ser un gran alivio para muchos, incluido Israel, su vecino.

No todos fueron aciertos ni el camino lineal. Su apoyo a GB y Francia en derrotar a Gadafi en Libia, tuvo malas consecuencias. Tampoco pudo cumplir con su promesa de desalojar a los presos de Guantánamo. Reducen poco a poco su población. Tampoco pudo convencer al pueblo norteamericano de limitar la tenencia de armas para disminuir el peligro de los psicópatas, que cada tantos meses matan en colegios, universidades, centros comerciales, religiosos o plazas públicas, como si practican tiro al blanco. No se avanzó mayormente en la lucha contra la drogadicción ni en resolver los problemas de los emigrantes indocumentados. En cuanto a la apertura hacia Cuba, si los resultados serán los que él pronostica, se mantiene la incógnita.

EDITORIAL

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