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La teoría del péndulo

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Editorial

El sorpresivo resultado logrado por un nuevo partido de derecha dura en España vuelve a dejar en evidencia un fenómeno creciente de malestar en las sociedades occidentales con ciertos dogmatismos ideológicos, y que no es captado por las encuestas.

La noticia no tuvo gran repercusión en Uruguay. Pero el catastrófico resultado del oficialismo socialista en las elecciones de Andalucía, y el inesperado crecimiento de una nueva fuerza de derecha llamada Vox, han sacudido a la política española. Y el resultado deja lecciones que bien pueden leerse de cara a lo que puede ocurrir en las elecciones del año que viene en nuestro país.

Para empezar demos algunos elementos que permiten comprender la magnitud del fenómeno. Desde que acabó el período franquista, el partido socialista siempre ha gobernado Andalucía. Una de las zonas más pobres del país, y el corazón de la españolidad más tradicional, sus votantes fueron el núcleo irreductible del PSOE durante 40 años. En ese período se desarrolló un aparato clientelista y prebendario (bien socialista) casi perfecto. Y que funcionó como un relojito hasta este domingo.

Es que las últimas elecciones dejaron en evidencia un despatarre electoral tan inesperado como removedor. Los socialistas que gobiernan España sin haber ganado elecciones tras un enroque parlamentario inexplicable para alguien de estas tierras, perdieron más de medio millón de votos. Y con ellos el gobierno, que surgirá casi seguro de un acuerdo entre el Partido Popular, Ciudadanos, y una nueva fuerza política de derecha "dura" llamada Vox.

Este partido, fundado hace unos años por militantes del PP que creían que esa fuerza no era suficientemente dura para defender algunos valores tradicionales, fue el gran ganador de los comicios. Pese a una campaña que invita a la risa, con videos de gente cabalgando y prometiendo la "reconquista" de España, obtuvieron 400 mil votos y doce diputados, muy por encima de lo que anticipaban las encuestas que hace el gobierno español, que les auguraba como mucho un escaño. Los planteos de Vox van desde expulsar inmigrantes ilegales hasta eliminar las autonomías, pero se detienen particularmente en un aspecto: combatir la llamada "ideología de género", y la imposición de la corrección política extrema desde las instituciones públicas.

Esto permite anclar en un par de conceptos aplicables a Uruguay.

Para empezar, se trata del enésimo caso en occidente en que las urnas impulsan de manera llamativa liderazgos que rompen con las tradiciones, y con ciertos cánones del debate político. Trump, Farage, Bolsonaro, Le Pen, Orban, etc., son dirigentes que están siendo exitosos yendo contra todo lo que diría la academia. Y cuyos discursos podrían unificarse en la representación de un ciudadano cansado de que le digan lo que se puede y no se puede decir y pensar. Claro que hay diferencias entre ellos, y realidades nacionales detrás de sus éxitos. Pero parece claro que luego de años en los que se impuso un determinado esquema de valores sociales impulsados por minorías bien marquetineadas, el péndulo está yendo para el otro lado.

Una muestra clara de esto es el candidato de Vox a gobernar Andalucía, un exjuez llamado Francisco Serrano, bautizado como el "azote de la ideología de género", y que hizo carrera defendiendo los derechos de los padres varones, ante lo que considera cambios legales que lo convierten en padre de segunda frente a las mujeres. Al punto que fue procesado por prevaricación al prolongar las vacaciones de un menor con su padre para que pudiese salir en una cofradía de Semana Santa de Sevilla. Ha hecho de la lucha contra lo que él denomina "hembrismo y feminismo radical", su bandera.

La mayoría de los entendidos se reían ante sus postulados, y los politólogos le daban cero chance de nada, y sin embargo hoy no saben cómo explicar su éxito.

El segundo aspecto interesante es la forma en que las encuestas no logran anticipar la buena performance de estos candidatos disruptivos. Ni en EE.UU., ni en Brasil, ni con el Brexit, ni en Andalucía, los sondeos vieron venir estos giros dramáticos en la opinión pública. Tal vez debido a que la presión social es tan fuerte en determinados aspectos, que la gente prefiere no manifestar su punto de vista en público, y reserva para canalizar su frustración el momento de intimidad en el que se emite el voto. ¿No puede pasar algo así en Uruguay? ¿Estamos tan seguros?

Más allá de estas cuestiones, parece claro que estamos viviendo un momento pendular en la política de occidente. Tras años de imposición de determinados discursos y visiones, la gente está cansada y apuntando en la dirección opuesta. Solo cabe esperar que el radicalismo infantil de estas visiones que han dominado el debate estos últimos años, no termine incubando el regreso a un tradicionalismo oscurantista cuyas consecuencias paguemos todos.

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