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Tabaré, Goyeneche y la zoncera

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EDITORIAL

El espíritu de esa primera enmienda lo que hace justamente, es limitar la autoridad del gobierno, de un gobierno legítimo y democrático, vale destacar, por imponer límites a las libertades de pensamiento y expresión de los individuos.

La verdadera razón de la Primera Enmienda es impedir que la autoridad pública asuma el rol de guardián de la conciencia pública. (...) No se puede confiar en que ningún gobierno distinga entre verdad y mentira por nosotros".

Esta frase fue escrita en 1945 por el juez de la Suprema Corte de EE.UU. Robert Jackson. Y cala a la perfección tanto para entender la cabeza con la que los estadounidenses analizan la relación entre el ciudadano y el gobierno, como para valorar ciertas mentalidades en boga en Uruguay, que están detrás de algunas de las "zonceras" que se han escuchado por estos días en nuestro país.

Más concretamente hablamos, por ejemplo, de las palabras del presidente Vázquez superando el Everest de la tontera políticamente correcta al referirse a "seres humanos y humanas" durante un discurso público. Y también, esto más serio, al empuje de figuras como la directora de la IMM, Fabiana Goyeneche, por torcer incluso los hechos más dolorosos que golpean a la sociedad uruguaya con tal de llevar agua al molino del pensamiento único y la creación de una hegemonía cultural que, desde lo alto del poder, imponga a la sociedad lo que hay que pensar, y cómo se debe hablar.

Lo de Vázquez parece lo más liviano y absurdo, pero a poco que se lee entre líneas, no lo es tanto. Debe haber habido pocas figuras en la historia política del país con un desprecio mayor por la libertad individual y por la capacidad del ciudadano de a pie, que la que exhibe Vázquez. Desde la cruzada contra el tabaco, llevada a límites de un paternalismo estatal asfixiante, hasta las más recientes medidas contra el alcohol, o incluso esta obsesión por un discurso supuestamente inclusivo, Vázquez exhibe una obsesión por evangelizar al ciudadano sobre lo que debe hacer con su vida. Una manía por fijarle a la gente común lo que debe fumar, tomar, comer y hasta cómo hablar. Incluso vulnerando el más elemental sentido del ridículo.

Teniendo en cuenta el peso y la autoridad que tiene el Presidente de la República en Uruguay, es como para quitar el sueño de cualquiera con un poco de independencia de espíritu.

Goyeneche, por su parte, volvió a titulares esta semana por una serie de comentarios infelices a raíz del homicidio de una niña que conmovió a la sociedad. Sus palabras buscaron, como es habitual en ella, en su sector político y en el grupo de ONGs "compañeras" con las que juega en tándem, atribuir las culpas de todos los males a una cultura enferma que reinaría en Uruguay, vaya uno a saber desde cuándo, salida de dónde.

Este discurso, más allá de no contar con base sólida alguna, es altamente peligroso. Porque lo que se busca es usar el poder político para imponer a la sociedad una forma de pensar, de hablar, de sentir. Y donde cualquiera que no se alinee con la misma, será condenado a las galeras del ostracismo o a la inquina del desprecio público. Como ejemplo vale ver lo que ha venido padeciendo el abogado y escritor Hoenir Sarthou por haberse transformado en el gran opositor público de esta concepción, a quien ni siquiera su abolengo "de izquierda" lo ha salvado de que las vanguardias morales que vegetan en algunas facultades públicas y en algunos ambientes de nuestro achatado mundillo cultural, lo tilden de "facho" y otras bellezas.

Ahí está una de las grandes amenazas de este fenómeno. Y es que detrás de ese al parecer inocente y buenoide discurso "correcto", se oculta una intolerancia y un fascismo que ven en la palabra, una creadora de la realidad. Que ven al discurso como un campo de batalla ideológico. Y que a poco de lograr un lugar central en la sociedad, empujado desde el poder político y el estamento cultural, se vuelve intolerante al extremo con quien no se arrodille ante su paso. El taller de "reeducación" al que la IMM sometió a un señor entrado en años que manejaba una milonga de tango en una plaza fue tal vez, el episodio más grotesco y revelador de esta mentalidad.

Volviendo al inicio, es interesante la comparación con lo que dice la constitución de EE.UU. Porque el espíritu de esa primera enmienda lo que hace justamente, es limitar la autoridad del gobierno, de un gobierno legítimo y democrático, vale destacar, por imponer límites a las libertades de pensamiento y expresión de los individuos. Refleja una desconfianza existencial en los poderes públicos a la hora de controlar a los ciudadanos en las esferas de su intimidad. Y una vocación vital por amparar al individuo de la tentación absolutista de a quien la sociedad entrega transitoriamente el manejo de la cosa pública. Más allá de algunos tropiezos puntuales, el transcurso de la historia muestra que esa postura es saludable y digna de imitar.

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