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El sueño uruguayo

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Cuando el Estado se entromete a través de regulaciones, leyes, decretos, reglamentaciones y todo aquel eufemismo por el que los políticos y los burócratas procuran diseñar la vida de las personas como si fueran juguetes, el país pierde su rumbo.

Nuestra sociedad civil, otrora vigorosa, se encuentra aletargada luego de más de cien años de estatismo parasitario, en especial luego del empuje de la década frentista. Está demostrado en numerosas investigaciones que la capacidad de crecimiento de un país se encuentra estrechamente vinculada al desarrollo de su sociedad civil en sus más diversas manifestaciones.

Expresado en forma más sencilla, los países progresan cuando las personas son libres para emprender en la vida de acuerdo a sus preferencias y a los acuerdos voluntarios que logran con otras personas. De este simple pero decisivo fenómeno surgen las empresas que generan ingresos y trabajos, las organizaciones sociales solidarias, las instituciones religiosas, los gremios, las cámaras empresariales, los partidos políticos, entre una larga listas de organizaciones humanas.

Cuando el Estado es demasiado grande, como el uruguayo, cuando un porcentaje excesivo de los ingresos de las personas es extraído para desviarlo del camino que hubiera seguido naturalmente a través de la cooperación espontánea entre las personas que hubiera conducido a su uso más productivo desde el punto de vista individual y social las comunidades se rezagan.

Cuando el Estado se entromete a través de regulaciones, leyes, decretos, reglamentaciones y todo aquel eufemismo por el que los políticos y los burócratas procuran diseñar la vida de las personas como si fueran juguetes el país pierde su rumbo, se adormecen sus fuerzas productivas y la gris mediocridad sustituye a la paleta de colores de la creatividad humana.

Dos datos de una reciente encuesta de Pro Universitarios dan cuenta de este triste derrotero que han seguido con entusiasmo digno de mejor causas los gobiernos del Frente Amplio. A la pregunta de en qué empresa prefieren trabajar los estudiantes universitarios 7 de los 10 principales organismos o empresas elegidas son públicas, entre ellas, el Banco de Previsión Social, el Banco República y la Intendencia de Montevideo en el podio.

Otro dato alarmante de la misma encuesta es que el 60% piensa en emigrar luego de terminar la carrera. No parece aventurado pensar que hay 2 ideas que rondan las cabezas de los jóvenes uruguayos formados. Una primera idea sería que en caso de quedarse en el país lo mejor es ser empleado público para tener un ingreso seguro que vaya aumentando simplemente con la antigüedad. La otra idea es que si quieren hacer algo en serio en la vida la opción es emigrar.

Esta perspectiva es particularmente preocupante. El sueño uruguayo hace mucho que dejó de ser el del inmigrante que llegaba para trabajar, ahorrar, invertir y darle una mejor vida a su familia y un mejor futuro a sus hijos. Ahora el horizonte para vastos sectores de la población es la eternización de la pobreza o el riesgo de caer en ella (nada menos que un millón de uruguayos según un reciente estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) y para el resto el sueño es acceder a un empleo público.

El asunto no es nuevo, ya había escrito Mario Benedetti hace más de medio siglo que "Uruguay es la única oficina del mundo que ha alcanzado el status de República" pero notoriamente se ha agravado en los últimos años con el incremento elefantiásico del gasto público y un estadio Centenario rebosante de nuevos empleados públicos. Por no hablar del atentado a la cultura del trabajo que significan los planes sociales que buscan convertir a las personas necesitadas en botín electoral en vez de sujetos de derecho, como ha sido reconocido incluso por jerarcas de gobierno.

Este problema cultural, con consecuencias nefastas a nivel económico, político y social es quizá el principal problema del país, porque a partir de él se pueden explicar muchas de las principales preocupaciones de los uruguayos. Es el estatismo el que explica el gobierno corporativista de la educación que impide las más mínima reforma educativa, y es el estatismo que adormece a la sociedad civil, el que impide que se canalicen las sanas protestas ciudadanas por la situación de inseguridad en que estamos muriendo como moscas. Por no mencionar que a los auto proclamados defensores de los derechos humanos nadie les enrostra que han alcanzado el deplorable logro de obtener el récord histórico de asesinatos dentro de las cárceles.

El problema de fondo de nuestro país es cultural, como muestra descarnadamente la encuesta de Pro Universitarios, enraizada en nuestra perniciosa historia de estatismo y mediocridad.

EDITORIAL

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